lunes, 9 de marzo de 2009

CHAT CAPITULO SEIS

Capítulo 6






















Lorna dormía. Ella y Franco habían bebido tres botellas de champán y comido hasta saciarse. A pesar de la discusión, la noche había resultado agradable. Lorna le había pedido que dejar el televisor encendido: -–Es como parte de la familia.
El boeuf strogonoff resultó un éxito y Lorna le aseguró que no había comido nada tan exquisito desde su época de revista. Entonces la invitaban a cenar a restaurantes como Edelweiss, en donde, después de las funciones de teatro, se reunía lo más selecto de la farándula vernácula. En las noches de gala del teatro Colón, se llenaba de snobs y de mujeres llenas de pieles y alhajas, con cara de mal cogidas.
--Ellos, como vos, eran todos trolos, pero mejor vestidos. Llevaban mucho smoking y mucha capa de terciopelo –-contó Lorna riéndose a mandíbula batiente--. Eran una manga de pelotudos, que seguro que no entendían un carajo de lo que habían visto. Mucha aristocracia, pero dejaban unas propinas de mierda y los mozos se quejaban de lo amarretes que eran. Lo sé, porque en esa época yo salía con un maître de allí, que se llamaba José. Me acuerdo que tenía un bigote lindo, pero muy finito. No sé por qué siempre me gustaron los tipos con bigotes. Me calentaban los bigotes. Che, ¿no sería ése tu viejo? –- agregó Lorna llevándose un palillo a la boca para extraer un pedazo de lomo mal ubicado en su dentadura--. Pero los artistas... esos sí dejaban guita. Venían fotógrafos y todo el mundo se saludaba mucho. Tardaban más en saludarse, que en comerse los ravioles. Ravioles “a la misteriosa”. Especialidad de la casa. Eran riquísimos.
--¿ Y a vos te saludaban muchos? –- preguntó Franco.
--No. A mí no me saludaba nadie. Miento. Siempre lo hacía Barujel, que era un productor que decía que yo tenía mucho talento. Creo que estaba caliente conmigo. Él era el único que recuerdo que me saludara. Pero yo disfrutaba igual. Allí me sentía parte de la cosa. No importaba que los otros no me dieran bola. Y eso que seguro me conocían. A lo mejor les daba vergüenza. Como yo no era famosa. Ya lo harían algún día. Después viniste vos y me cagáste el sueño. Ya no me saludó más nadie, ni en Edelweiss, ni en la puta vida.
Lorna se puso a reír y a golpearse el estómago. Franco tuvo temor de que le diera un segundo ataque y se quedara dura.
--Tomá, mamá, servíte más champán –- y le llenó su copa con agua.
--Estaré en pedo pero no soy boluda-- dijo Lorna escupiendo el agua y sirviéndose champán de la botella abierta –-. Traé otra. Esta se terminó.
--No hay más, mamá. Vamos a la cama.
--Eso se llama incesto.
--Mamá, cada uno a la suya.
--No tenés sentido del humor, pendejo. ¿Qué pensás? ¿Que
soy degenerada?
--No, mamá, cómo voy a pensar eso.
--Entonces no jodás y dejáme hablar. Quiero hacer un brindis.
Lorna se incorporó y como sí hablase a una multitud, dijo: --Quiero dedicar este brindis a mi hijo Franco, que en
realidad se llama... ¿cómo te llamás?-- le preguntó a Franco que la observaba fascinado, sintiéndose ganador de un Oscar.
--Santiago. Mi nombre es Santiago.
--Qué cagada de nombre. ¿Se llamaría así el que me preñó? Ni idea. Sigamos. Por mi hijo... Sebastián... o no sé--. E hizo una pausa suave.-- Pero lo que sí sé, es que a pesar de ser muy maricón, es el mejor hijo del mundo--. Los dos se miraron arrobados.--Y que aunque me arrepiento como la puta madre de haberme quedado embarazada, no me arrepiento de... –- y sin poder terminar se echó a llorar desconsoladamente. Entre sollozos murmuraba: “soy una mierda, yo soy una mierda”.
Franco la acompañó hasta el baño, donde Lorna comenzó a vomitar todas las exquisiteces de la noche. Le lavó la cara, le sacó la ropa, le puso un camisón de algodón celeste y la llevó hasta su cama. La acostó. Y la oyó murmurar entre sueños: “mi hijo es...”, pero a los pocos segundos Lorna estaba roncando. Se quedó mirándola un largo rato. Esa era su madre. Esa era su vida, y así sería hasta el día en que uno de los dos muriese. Ojalá fuese ella primero. ¿Quién la cuidaría si no? La tapó con la sábana, apagó la luz y se fue a su cuarto.
Mientras se duchaba, antes de acostarse, pensaba que el final de la frase que su madre no concluyó, le hubiera gustado que fuese: “mi hijo es un gran hombre”. Mejor no saberlo. De cualquier manera, había sido un buen Año Nuevo. El mejor de todos.

Para Luciano había sido uno más. Ni escuchó cuando sonaron las doce campanadas. Ni a su familia brindar, ni a su padre golpear insistentemente la puerta de su cuarto, para ordenarle que bajara a abrazar a su madre y familia. Él tenía puestos unos inmensos auriculares y sólo escuchaba su música y veía lo que decía la pantalla de su computadora.
Esa noche Luciano se había conectado en el chat con una chica de Honduras que le dijo que vivía sola y que le causaban tristeza las fiestas, sin nadie con quien compartirlas. Él le contestó que le pasaba lo mismo. Le dijo su edad y ella la suya: veintisiete años. No muy alta, flaca, con pechos pequeños, ojos marrones y piel morena. Le contó que era actriz y modelo. Luciano no entendía nada de teatro, y en el chat muchas decían que eran modelos para hacerles el bocho a los tipos. Él les creía. Ese era el juego, creer todo; dejarse llevar y jugar sin límites. Allí Luciano no los tenía, ni quería tenerlos. Ella le aseguraba que tampoco los tenía y a él le gustó. Le dijo que se llamaba Isaura Se cambiaron las fotos. La foto que Luciano recibió era la de una mujer bellísima. Luciano sólo intercambiaba fotos con mujeres de otros países. Por las dudas. Pasaron más de seis horas conectados e hicieron el amor, o cibersexo, tres veces. Tres veces que Luciano llegó al orgasmo pensando en la mujer de Honduras. Ella le dijo que había tenido muchos y él le creyó. Exhausto, a las seis de la mañana se despidió para irse a dormir. Isaura le confesó que él era el mejor amante que ella había tenido en su vida. Fue una despedida cálida y Luciano descubrió, que algo sentía por la mujer de Honduras. Quedaron en volver a conectarse a las 17 de la tarde, hora Argentina.
Luciano se durmió hasta las cuatro de la tarde. Después de una ducha, bajó a la cocina. No había nadie en la casa. Mejor. La nota pegada en la mesada decía que se habían ido a almorzar a la casa de la abuela Nora. No soportaba a la madre de su madre. Era aburrida y sólo hablaba de lo maravillosa que había sido su vida con su marido, que falleció cuando Luciano tenía un año.
En la heladera su madre le había dejado una ensalada y dos sandwiches de carne y tomate. Los abrió, les puso mucha mayonesa y se los devoró. En diez minutos ya estaba en su cuarto frente a la computadora.
La mujer de Honduras nunca volvió a entrar. Con algunas minas había mantenido relaciones largas. Seis meses con Carla, que estaba casada de Nápoles. Casi tres con Marisa, dueña de un bar en Marbella. Esa era piola, pero quería venirse a Buenos Aires para conocerlo. No la vio más. Con Birgitt , una sueca que estudiaba castellano, estuvo hasta que ella le propuso matrimonio. Al día siguiente el nick de Luciano desapareció del chat.
Le gustaba esto de los romances cibernéticos. Sí eran de Buenos Aires, a la tercera vez le exigían verlo. Luciano no chateaba más y cambiaba su nick para no ser reconocido. Él no quería conocer personalmente a nadie. El quería relaciones virtuales para ser el hombre más seductor y excitante del planeta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

FRANCO Y LUCIANO.... QUE DIFERENTES CASOS Y A LA VEZ SIMILARES. ELLOS Y SU SOLEDAD.. FRANCO Y ESA MADRE.., ESA MADRE A LA QUE ADORA A PESAR DE ESCUCHAR SOLO PALABRAS HIRIENTES Y CON ESA FRASE: MI HIJO ES...., FRASE QUE SI BIEN NO LA TERMINO, FRANCO OPTO POR PENSAR QUE SIGNIFICARIA ALGO BUENO EN SU VIDA.
LUCIANO, SOLO EN SU CASA, CON SUS COMPAÑERAS DE INTERNET, PERO EN FIN, SOLO..
CUANTAS PERSONAS ESTAMOS SOLAS, NO JUSTAMENTE POR NO ESTAR CON ALGUIEN, ME REFIERO SOLAS CON NUESTRAS ALMAS, LLENA DE VACIOS Y DECEPCIONES...SOLASSS!!
MUY INTERESANTE PEPE, BESOS Y ESPERO LOS DEMAS CAPITULOS.