viernes, 27 de marzo de 2009

CHAT CAPITULO SIETE

Capítulo 7





La mañana del 1 de enero comenzó lluviosa y húmeda. El clima en Buenos Aires era así: impredecible. Franco durmió hasta las tres de la tarde. Se levantó y comprobó que su madre seguía aún dormida. Lavó los platos, ordenó la casa y esperó en su cuarto hasta que ella se despertara.
A las seis, Lorna lo llamó a los alaridos para que la ayudara a ir al baño.
--Esto que tengo, es una resaca cómo Dios manda. Todo por culpa de la mierda de comida y del mal champán—. Lorna no se cansó de putear, hasta que Franco la volvió a acostar.
Él cerró la puerta y se sentó frente al televisor. Estaban pasando una ceremonia en el Vaticano y lo apagó. A las nueve de la noche, Lorna seguía durmiendo y Franco decidió ir al boliche de Clo.
Fue a su cuarto, abrió el placard, sacó su caja de maquillajes, una peluca platinada y un nuevo vestuario. Con él estrenaría un número imitando a Marlene Dietrich. Cuando estuvo listo, partió. El boliche estaría lleno y él brillaría en el escenario.
La gente, al verle actuar, se volvió loca y deliró. Le pidieron un bis. Franco aceptó como una gran diva. Se sacó la peluca, se colocó un manto dorado, como una virgen, y cantó la canción de María Magdalena en “Jesucristo Superstar”.

Franco volvió, exhausto, a su departamento, a las cinco de la mañana. Su madre seguía sin despertarse. Fue al cuarto de ella y le dio un beso. Luego al suyo, y sin prender luces ni ponerse cremas, puso el despertador a las siete, se arrojó en la cama y se quedó profundamente dormido. Soñó con escenarios, plumas y muchas Lornas que le aplaudían desde la platea. Todas vestidas como Marlene Dietrich.
A las nueve en punto Franco hacía su entrada en las oficinas de AAyD. Todos se saludaban, y se preguntaban cómo lo habían pasado. Él preguntaba lo mismo y, como a todos, no le importaba la respuesta. Al llegar a su oficina, ya su secretaria lo esperaba con su taza de café con leche.
--Gracias, Mariángela. Felicidades ¿Cómo lo pasó? -– le preguntó Franco mientras dejaba su bolso, se sacaba los anteojos negros y abría apresuradamente el sobre con las fotos reveladas.
--Fue una noche lindísima, con toda la familia reunida. Los chicos prepararon una sorpresa a mi esposo y todos... -–y Mariángela siguió contando sobre la noche lindísima. Franco puso cara de escuchar y de tanto en tanto agregaba un “qué bien”. Mientras, miraba las fotos y tomaba su café con leche.
Cuando se dio cuenta de que ella había terminado, comentó:
--Me alegro.
--Lástima lo que le conté de mi abuela – respondió su secretaria.
Franco no había registrado algo. Sonó el teléfono y se sintió rescatado. Atendió y le señas a Mariángela para que se retirase.
--¿Quién habla?
--Buen día, Franco-- reconoció la voz de Mónica.
--Buen día, Mónica. Y feliz año. Tengo las fotos.
--Pase a mostrármelas y hablamos sobre un proyecto para la presentación de un nuevo auto.
--Ya voy –. Colgó, tomó las fotos y trató de ordenarlas un poco antes de llevárselas a Mónica.
Mariángela golpeó la puerta y entró.
--Permiso, Franco. Aquí está Ricardo Tuero, de Personal. Tenemos algo que comunicarle.
--Pasen, pero estoy apurado.
Levantó la vista. Las caras de cómplices de los dos lo intrigaron. .
--Decíle vos –dijo Mariángela con una sonrisa boba.
--Qué misterio—dijo Franco empezando a preocuparse-- ¿Pasa algo malo?
-- Te ganaste la computadora – dijo Ricardo sonriendo.
--Franco, usted empieza bien el año--exclamó Mariángela, yendo hacia él con un papel en la mano –-. El año pasado, en agosto, hicimos la rifa de fin de año. El primer premio era una computadora. Usted compró un número. El 4. Y salió el 4, su número. La computadora es suya. Felicitaciones-–y le dio un fuerte beso en la mejilla.
--Yo, como representante de Personal, vengo para hacerte entrega de este cupón. Tenés que ir a este negocio– le señaló una dirección -- y elegir entre tres modelos. Te felicito-- Ricardo también fue hasta él, sólo que en lugar de darle un beso le estrechó la mano y le entregó el cupón. Los dos lo miraron ansiosos y, al no observar ninguna reacción, salieron de la oficina.
Franco tenía los ojos fijos en el cupón en donde decía que se había ganado una computadora. Hacía años que soñaba con una. Pero tantos gastos, hacían que fuese imposible, siquiera, el pensar en comprarla. Esta era la mejor noticia de su vida. Su propia computadora. No necesitaría esconderse más. Sería libre.
Tenía que ir a buscarla enseguida, pedirle permiso a Mónica para que le diese la tarde libre y llamar a Nené para que lo acompañase. Discó, pero Nené no contestaba. Siempre desconectaba el teléfono. Pensar en la posibilidad de que lo acompañara su madre, era hasta graciosa. La única que le quedaba era Clo. Antes debía hablar con Mónica. Salió corriendo y fue hasta la oficina de ella.
Afortunadamente, Mónica no estaba en alguna de esas reuniones ejecutivas, en donde no se pueden pasar llamados ni mensajes. Él le explicó, ella le dijo que ya lo sabía, y que además de alegrarse mucho, le daba permiso. Volvió a su oficina y llamó a Clo y rogó porque contestase.
Al salir Franco de su oficina, Mónica atendió un llamado de Andrés.
--¿No vas a responder? -–escuchó que Andrés le preguntaba seductoramente.
--¿Me hablás como presidente o como amante?
--¡Qué frase! –- contestó Andrés riendo. – No merece ser tuya.
--¿Cursi, no? Esa es la joda. Que no sé cómo definirme. Amante, puta, yiro. ¿Qué soy?
Andrés se sintió incómodo. No era una broma. No parecía Mónica, y le molestaba la idea de que alguien pudiese estar escuchando esta conversación.
--Mejor vení a mi oficina.
Mónica salió decidida, sintiendo que era el momento. Este comienzo de año debería ser el comienzo de algo más. Estaba cansada de ser lo que era. Se merecía algo mejor. Llegó hasta la oficina de Andrés , donde Fabiana, su secretaria, no pudo evitar que Mónica, sin consultarle, pasara frente a ella, abriera la puerta y entrara, cerrándola de un golpe.
--¿Qué va decir mi secretaria? –- preguntó Andrés. Le causaba gracia ese temperamento, hasta ahora desconocido en ella. Divertido por un rato. Sólo por un rato.
--Vos sabrás. Es tu secretaria-– contestó Mónica agitada, deteniéndose al lado de la puerta.
--Conociéndote ...
--No me conocés. Yo jamás entré así en tu oficina-– le interrumpió Mónica.
--¿Es por lo de fin de año? –- dijo él casi con ternura.
--¿Lo de fin de año? –- respondió ella, y sintiéndose más segura, se le acercó.
--Vení –-y trató de abrazarla.
--¿Qué pasó de particular en este fin de año, además de sentirme, como siempre, una mierda? -– le contestó Mónica.
--Conocés mis reglas de juego-–agregó Andrés.
--Sólo te digo que no las soporto. O que quiero cambiarlas, que es lo mismo.
--No quiero separarme -– casi gritó Andrés.
--¿De cuál de las dos no querés separarte? ¿De tu mujer o de mí?—preguntó, con un nudo en la garganta.
--De ninguna.
--Te propongo algo -– y se acercó tanto que hubiese deseado olvidarse de todo y volver a ser la de siempre -. Te propongo que te sientes con ella y le cuentes que yo existo. No quiero que te separes. Quiero solamente que se lo cuentes. Quiero que Matilde lo sepa y que se lo banque como yo me lo banco. Eso es justicia. Y si es así, y si lo sabe y si se lo banca... No te digo que seamos amigas y tomemos el té, pero que lo acepte, entonces te juro que yo sigo con vos. ¿Qué te parece?
¿Cómo explicarle a Mónica que su mujer siempre lo supo?
--¿Lo decís en serio? -–y Andrés sonrió con una extraña mueca.
--¿No tengo cara de hablar en serio? -– le respondió Mónica-. Andrés, creo que lo mejor es terminar esto. Si querés me voy de la empresa. Decidí vos.
Se miraron midiendo sus fuerzas. Ella sentía que las suyas flaqueaban, que no podría mantener más esa postura y entonces se dirigió hacia la puerta. ¿La detendría Andrés? Esos segundos hasta asir el picaporte le resultaron eternos. Abrió la puerta, vio a Fabiana mirándola, y sintió que Andrés la tomaba del brazo y la arrastraba adentro nuevamente, como una fuerza de la naturaleza. Cerró la puerta y apoyó a Mónica contra ella. Comenzó a besarla con desesperación; casi como despidiéndose. Ella trató de resistirse. Los golpes que daba su cuerpo contra la puerta, acompañaban cada penetración de Andrés.

--¿Qué clase de golpes? –- preguntó Matilde, cansada de escuchar a Fabiana decir más de lo necesario.
--Usted me dijo que la informara de cualquier acción fuera de lo común. Esto me pareció algo fuera de lo común. -– contestó Fabiana eficiente.
A Matilde le causó mucha gracia este comentario. Se lo contaría a Andrés.

Al salir de la oficina de Andrés, Mónica notó la cara desencajada de Fabiana. No podía no haberse dado cuenta.
–-Dice Andrés que le lleve un café cortado y yo le agregaría un buen sándwich. Lo veo hambriento. No para de golpear las puertas.--y salió.
Era inútil resistírsele a Andrés. Mónica lo amaba, y él le era necesario. Él también necesitaba esa parte de ella que Matilde seguramente no sabría darle. Y le surgió la pregunta remanida: ¿qué le daría la otra que ella no le diese? En ese momento vio que Franco corría a tomar el ascensor para ir a buscar su computadora. Ella también correría por Andrés. ¿Qué le daría a Franco su computadora, para que él, tan ansiosamente, le hubiese pedido la tarde libre? Alegría, como Andrés. Alegría.

Clo se despertó, atendió la llamada de Franco, colgó y, prendiendo un cigarrillo, se sentó desnuda al borde de su cama. Encendió la lámpara art nouveau que tenía en su mesa de luz. A su lado, y desnudo como ella, Juanse, un adolescente rubio con cuerpo de rugbier, la observó somnoliento y sin entender nada.
--Mi pelo siempre refleja mi estado de ánimo, y como verás, es una cagada-. dijo Clo, pasándose un cepillo por su largo y lacio cabello, ahora apelmazado. Se incorporó y, tambaleando, se dirigió hacia un armario que estaba frente a su cama. Sacó un vestido negro de seda.
--Maldita la gracia que me hace tener que ir a encontrarme con Franco, en un bar, en Puerto Madero, a las cuatro de la tarde, con este sol de mierda, un dos de enero y con treinta y cuatro grados de calor. Y la puta madre que me parió por ser tan buena amiga.
Casi a tientas, fue al cuarto de baño, prendió la luz y abrió la canilla de agua fría, para despabilarse un poco.
--Ni se te ocurra correr las cortinas o subir las persianas. La luz es mala para los ojos –-le gritó a Juanse.
Eran las tres y media de la tarde y las persianas del cuarto de Clo seguían bajas, y corridas las pesadas cortinas de telar. Ella no soportaba ni el más mínimo rayo de luz para dormir. Un viejo y ruidoso aire acondicionado, generaba una temperatura casi similar a los treinta y cuatro grados de la calle.
Por el piso, estaban desparramadas varias prendas de vestir y unas sábanas de raso, color crema, caían por el costado de la inmensa cama. En ella, Juanse trataba de despertar a Tanya, una exuberante modelo paraguaya de veinte años, que seguía durmiendo boca arriba. Él le acariciaba con los dedos el pubis, depilado en forma de corazón y con la lengua le succionaba los senos, tatuados con el dibujo de dos tortugas. Los dos habían sido víctimas gustosas, junto con Clo, de una desenfrenada velada de sexo, champán y cocaína, que había comenzado a las siete de la mañana, al salir los tres del boliche de Clo.
Juanse era uno de esos musculosos muchachos a los cuales eran muy adictos los clientes masculinos de Clo. Ella protegía a estos chicos, solo que antes de ser aceptados en la “empresa”, primero debían pasar por su cama. Tanya era otra cosa. Era una amiga de Juanse y de vvez en cuando, a Clo le divertía el juego con mujeres.
--No vayás, sigamos cogiendo y dame más merca -- le contestó Juanse desde el dormitorio. Se levantó para ir al baño, mostrando un miembro erecto, de un tamaño acorde con su cuerpo.
--¿Por que no te metés en tus asuntos y te vas a la concha de la lora?-- retrucó elegantemente Clo, intentando quitarse los restos de maquillaje con una toallita mojada.
--Primero voy a mear y luego vemos qué hago--. Juanse pasó al lado de ella, abrió la tapa del inodoro y comenzó a desahogar su vejiga.
Clo dejó la toalla y se pintó los labios con un rouge casi negro mientras él, luego de haber cumplido su fisiológica acción, la abrazó por la espalda.
--Dejáme, pendejo, que estoy apurada. Ahora la que quiere mear soy yo-- dijo librándose del abrazo y no pudo evitar fijar los ojos en esos abdominales marcados como mármol. Mierda que es lindo el machito-- pensó Clo y se puso a mear tan tranquila.
--Me espera Franco y no hay polvo que supere a un amigo. Montátela a la paraguaya. Seguro que es un yiro indocumentado-–se levantó del inodoro, apretó el botón, fue hasta su cuarto y terminó de vestirse.
--Vos esperá a que yo vuelva—ordenó—A la mina ésta despertála , dale este dinero y que se tome el buque enseguida. Decíle que está por venir la policía a buscar ilegales. Vení. Tomá-–le dio cien pesos que sacó de una cartera. Se echó un poco de perfume, se puso los zapatos y le envió un beso a Juanse, que no lo retribuyó. Abrió la puerta y salió.
Su obsesión era ser puntual. Bajó del taxi, tiró el cigarrillo y lo vio a su Franco. Estaba sentado, leyendo, en el bar, detrás de un gran ventanal. El sitio estaba lleno de incómodas mesas, que a su vez ocupaban grises empleados que seguramente, como Franco, trabajaban en esas inmensas torres, que ella tanto detestaba.
A Clo no le gustaba Puerto Madero. Alguien le dijo que era como Nueva York. Ese era el problema. “Como ”. Siempre en Buenos Aires todo era “como en” otro sitio. Como en París. Como en Nueva York. Pero ella, no “como en” nada. Nadie era como Clo. Ni como Franco. ¡Pero este sol! No era un sol normal, era un sol asesino.
Franco la vio bajarse del taxi y fue como ver a Morticia Adams, caminando a las cuatro de la tarde, sin sombrilla, en pleno desierto del Sahara. Clo, que con sus cuarenta y siete años, sus firmes pechos, no siliconados, y ese pelo ala de cuervo que le llegaba hasta la cintura, parecía de veinte. ¿Cómo haría, chupando, fumando, drogándose y cogiendo sin parar? Era como una diosa pagana que hacía que el mundo se detuviese a su paso y le rindiese pleitesía. Clo: su amiga.
Al entrar ella al bar , las voces de los presentes se silenciaron; ella bajó sus gafas negras, miró a Franco y apenas le sonrió. Él le respondió igual. Eran cómplices. Desde el primer encuentro. Para siempre. Ella se acercó despacio hasta la mesa de él, casi en cámara lenta.
Sin sentarse y sin importarle que los demás la escucharan dijo con un potente, y bien colocado tono de voz:
--¿Me querés decir, qué pedo atómico tenés en esa cabeza de trolo? Me despertaste a las tres de la tarde...
--Ya era hora.
--Recién me acababa de dormir. No sé cuántos polvos me eché con este pendejo espectacular y con la mina más aburrida.
Se sentó y le ordenó al mozo que le trajera un vodka con mucho hielo.
–-A esta hora mejor el vodka-- le aclaró a Franco–. Es bajativo. Me asustase, boludo. Entendí lo de las cuatro de la tarde y el lugar y vine por si te pasaba algo grave. ¿Problemas con la cana?
--Me encantan tus uñas doradas –-le respondió Franco, observando que en el bar aún se mantenía un sacralizado silencio, sin poder la gente quitar los ojos de su mesa. Y de Clo.
--Che, parece que en esta mesa pasa algo-- dijo Clo mirando alrededor, y agregó -- ¿tenemos soretes en la cara o es que son del club de fans?
Franco pegó una estridente carcajada y las conversaciones en las otras mesas se reanudaron rápidamente. Todo volvió a la normalidad. --No sé si fui muy original, pero está mejor -–le dijo Clo a Franco--. Mirá que la gente es chismosa. Y eso que soy una mina que casi siempre paso inadvertida. Contáme, que me espera el pendejo en casa y sigo caliente.
Franco la miraba extasiado.
--Vos me recordás mucho a mamá—le dijo--. Vos sos como mamá.
--¿Puta?
Franco rió.
--No. Personal. Diferente. Además, vos no sos puta.
--Soy puta. No sé si soy una gran puta... pero soy puta. Y está bien. Es una elección. Después a los setenta no esperés, si es que vivimos, que yo diga que la vida me cagó y no me dio hijos y la soledad y esas huevadas. Yo elijo ser puta. Cobro. Cobro por todo lo que tengo que hacer en mi vida, que no me gusta hacer, con la gente con quien no me gusta hacerlo. ¿Eso es ser qué? Puta. Y está bien. No me quejo. Es más. Me gusta.
--Vos sos como mamá, una artista. Un día tenés que conocerla. No puede ser que mi mejor amiga no conozca a mi madre. Se van a llevar muy bien. Mamá tiene un gran sentido del humor y es muy cálida. A ella le hablo mucho de vos, y me pregunta y me pregunta... y está encantada con que yo sea tu amigo.
--Mirá vos-- le contestó Clo–. No pensé que tu vieja fuera tan simpática. Me decías que, a veces, es muy chinchuda.
-- Sólo a veces. En general es una mujer muy pasiva.
--Como vos -– le contestó riendo Clo -–. Pero por lo que me contás de ella, no creo que le divierta conocerme.
-- Ella es muy dada. Lo haría con gusto.
-- Es que no soy muy presentable. Con esta pinta de yiro caro. Sobre todo a madres artistas como la tuya. Y tu vieja es una señora y una artista, Franco. A ver si todavía, nos caga la amistad la vieja.
--Mamá es muy amplia. Es una artista, y una señora. Sin importar el orden. Vive de sus recuerdos... y de mí –y rió nuevamente al decir esto --. Mejor te cuento para qué te hice venir a verme--. E hizo una pausa. -- Me dieron la tarde libre en el trabajo.
--¿Y?
--Me gané una computadora--. Clo no podía creer lo que estaba escuchando. -- Y Mónica me dejó salir antes. ¿Entendés?
-- Sí, claro que entiendo. Una computadora. Lo que vos usás para hacerte la paja.
-- Es más que eso. Es mi amiga.
-- ¿Me hiciste venir para esa boludez ? Juráme que no es así. Jurálo-– le contestó Clo, parándose y haciendo que todos la mirasen nuevamente-- ¿qué mierda miran?
-- Sentáte que nos van a echar. Te necesito. Estoy tan nervioso, que no se sí podría enfrentarme a esto, solo.
--Llamá a tu vieja.
--Vos sos la única persona que me entiende.
-- Dirás que te atiende. ¿A que llamaste primero a Nené, y no levantó el teléfono?
-- No seas mala.
-- Soy la boluda. ¿Y tu vieja? – preguntó Clo.
--Mamá no sale.
--O sea, que esta servidora es la única pelotuda que responde
a tus llamados y, además, viene. -–y prendiendo un cigarrillo, sin darse cuenta de que ya tenía otro prendido, se rió estruendosamente.
--Vamos.—le pidió Franco.
Salieron del bar y Franco llamó a un taxi. Prefirió ir al local de Musimundo en las Galerías Güemes. Cuando llegaron, él la tomó de la mano y se acercaron al ascensor.
--Vamos, Musimundo está en el último nivel.
--Antes tomamos un cafecito y fumamos un pucho.
--¡Clo! Dale, que me muero de nervios.
Entraron en el inmenso local de Musimundo. Franco eligió al vendedor más atractivo. Alto, con el pelo rubio largo y recogido.
--Perdón, ¿usted nos puede atender--? Preguntó Franco.
--Cómo no. Qué desea.
--M... me imagino, no sé, un aparato...—tartamudeó Franco.
Clo decidió tomar la iniciativa.
--Dame el papel de la rifa-- le ordenó.
Franco se lo dio sin dejar de mirar al vendedor.
--Acá, mi amigo, se ganó una computadora en una rifa y viene a retirarla.
--Permítame- le dijo el muchacho tomando el papel--. Está bien, puede elegir entre tres marcas.
--¿Dónde?- preguntó Clo escuetamente.
--¿Perdón?
--¿Tengo cara de boluda?
--No entiendo, señorita-– trató de articular el vendedor.
--Mi amiga quiere decir que en dónde puedo elegir la computadora-- acotó Franco.
--Por favor, vengan conmigo.
Los tres se dirigieron a la sección de computación y Franco estuvo eligiendo durante más de una hora. Aburrida, Clo decidió ir al bar de la planta baja a esperarlo. Finalmente, Franco optó por una y después de tratar, infructuosamente, de invitar al rubio a almorzar, o a que fuera a verlo actuar, o a que le diera clases particulares de computación, decidió ir a buscar a Clo y volver a su casa.
Tomaron un taxi.
--Mejor subí vos a tu casa, Franco-- le dijo Clo al llegar, sin bajarse--. Ya te acompañé a elegir la computadora y estuve una hora al pedo esperándote, mientras tratabas de levantarte al pendejo. Me voy a casa, porque me espera el mío. Me echo unos polvos, y me duermo de nuevo, porque esto es como un mal sueño del que aún no puedo despertar. Además, no conozco a tu vieja y no quiero ser inoportuna.
Franco pensó que esta sería una buena oportunidad para que Lorna conociera a su amiga.
--Mamá va a estar encantada. Le hablé tanto de vos.
--¿Qué le dijiste?
--Vos subí.
Clo lamentó no estar con su joven atlético, en lugar de ir a conocer a una madre artista, y por si fuera poco, patricia. El ascensor, con la caja de la computadora, resultaba muy incómodo. Franco cantaba de alegría. Al abrir la puerta, la oscuridad del pasillo le dio a Clo una sensación de angustia tan fuerte, como la que sentía cada mañana al despertar. Una sensación de inevitabilidad.
--Mejor entrá vos solo... –intentó zafar Clo.
Franco la sacó del ascensor, cerró la puerta y le aclaró:
–-Lo que pasa es que las luces del palier están quemadas y el portero no da abasto.
Clo lo siguió de mala gana por el pasillo, hasta que se detuvieron frente a una puerta. El espacio ausente de una letra indicaba la F.
--Se cayó la letra y no tuve tiempo de comprar una nueva—aclaró Franco y abrió la puerta.
Clo recibió una bocanada de olor acre y de cigarrillo.
--¿Nunca abren una ventana?
--Mamá sufre mucho de los pulmones. Pasá – y encendió la luz. Su madre no estaba en el living.
–-Esperá acá. Dejo esto en mi cuarto, la busco a mamá, que debe estar descansando y tomamos un rico tecito para celebrar.
--¿No tenés vodka?
Franco salió hacia un pasillo oscuro y Clo se sintió desprotegida. Perdida en un mundo desconocido. Ella, que conocía todos, allí percibía algo muy terrible.
--¡Mami! Llegó tu nene -– repitió Franco varias veces sin recibir respuesta.
Fue hasta su cuarto y dejando la caja sobre el escritorio, como quien deja a un bebé recién nacido, escuchó dos estruendosos pedos de su madre. Enseguida, el ruido del agua del inodoro. Esa manía de Lorna de no cerrar la puerta del baño al ir a hacer sus necesidades.

--Cagar. Escucháme, Franco. Lo que hago es cagar. Mear. Dejar soretes, tirarme pedos– le respondía su madre, cada vez que él le suplicaba que no usase ese lenguaje.
--Es el lenguaje de la vida–-le aclaraba Lorna divertida, al saber que sacaba de quicio a su hijo.
--Es tu lenguaje. Hay otros más agradables, menos olorosos, menos gráficos.
--Cagar, voy a cagar-- insistía ella y volvía a dejar la puerta abierta y Franco se tapaba los oídos para no escuchar.

Clo, luego de haber escuchado lo mismo que Franco, seguía sentada en el sofá, sin animarse siquiera a prender un cigarrillo. De un cuarto salió una mujer. Al verla presintió su propia muerte. Sintió pánico.
--Clo, te presento a mamá—se apresuró a decir Franco, llegando junto a ella antes que Lorna.
La madre de Franco se sentó frente a ella. ¿Esto era ser patricia? , pensó Clo. No era exactamente esta la imagen que ella tenía de una dama patricia. Lorna, se sirvió un vaso de vino y sin quitarse el pucho que pendía de su boca, la miró y preguntó:
--¿Esto qué es?
Intuyendo lo que se vendría, Franco le respondió:
--Mi nueva computadora.
Lorna comenzó a reírse. Clo se contuvo.
--¿De qué mierda de computadora me estás hablando? No-- y volviendo a señalar a Clo aclaró--. Te hablo de ésta. ¿Quién es ésta?
--Mamá... Es Clo, mi amiga. Te hablé de ella y ella gentilmente me acompañó...
--¡Ah! Ya sé quién sos. Vos sos la dueña del boliche de maricones donde mi hijo pelotudea, y además, sos una madama que vende pendejos a maricones viejos y con guita. Nena, con tanta droga que hay hoy en día, tené cuidado de que no te metan en cana. Aunque me parece que vos te drogás. Tenés cara de drogona.
Clo se levantó, manoteó su cartera y fue hacia la puerta de salida.
--No, quedáte, nena que no te lo dije con mala leche. Es que tenés cara de eso y me causa gracia. ¿Sabés? Nunca probé de esas cosas. Y mirá que me ofrecieron. Siempre pasé. Eso sí: coger, mucho. Pero de droga nada. Te advierto que a mí me da igual lo que vos hagas. ¿Querés vino?
--Quedáte –-suplicó Franco.
--Ahora que te ayude tu mamá, que realmente es gentil, cálida, sensible, y sobre todo, se ve que es una artista. Y patricia.
--¿Qué Patricia? Lorna, nena. Lorna Rubí. Una gran vedette.
--Por eso su hijo nació con tanta pluma-- agregó Clo y sin esperar una respuesta se fue.
Traer a Clo había sido un error. Pero siempre soñó con tener una familia, y que su madre recibiese a sus amigos. Le hubiera gustado que Lorna fuese una madre de serie de televisión de los años cincuenta, con la casa arreglada y bocaditos frescos para atender a sus amigos y con un perro como Lassie en la puerta, lamiéndole las manos al llegar con sus invitados. La risa de Lorna lo hizo volver a la realidad.
--Tiene carácter la drogadicta. Te juro que esa se da con brocha.
--Podrías haber estado más cariñosa.
--Estuve cariñosa. Desde que la vi, tenía ganas de mandarla a la mierda, y no lo hice por vos. No soporto a la gente que vive a costa de otra–-extendió la mano y tomó el sobre de fotos que Franco había dejado sobre la mesa.
--Y esto, ¿qué es?
Franco se las quitó.
--Son las fotos de la fiesta de fin de año. Supongo que no las querrás ver.
Franco dio media vuelta, y ,ofendido, se fue a su cuarto.
--Carajo, me trae a esa puta drogada, me saca del baño, en donde estaba feliz leyendo mientras cagaba, me habla de esa pajería de la computadora y encima, todos se ofenden. Que les den por el culo-– y Lorna se puso a ver una telenovela venezolana.

Franco cerró la puerta de su dormitorio. Observó la caja cerrada sobre su escritorio. Sintió que le temblaba el alma. Igual que en un rito, fue deshaciendo el paquete. Como una preciosa pieza de orfebrería, surgió su computadora. Al contemplarla, lloró. De alegría, de emoción. La acarició. Sacó el manual y lo leyó detenidamente. A medida que lo hacía, fue preparándola para ese momento en el que pudiese encenderla.
Previsor, había comprado los programas para su instalación y los de chatear y para ver las fotos que le enviasen, y las que él enviaría. Finalmente, estaba lista para su iniciación. Su preciosa máquina se convertiría en el vehículo que lo llevaría por infinitas galaxias, ahora sí sin temor alguno de ser descubierto. Estaban solos los dos. Nadie los interrumpiría, ni lo señalaría. Nadie lo juzgaría. Él y ella. Inseparables. Apretó el botón que indicaba “power”: poder, fuerza.
Comenzó a escuchar esos sonidos que semejaban al del agua corriendo por una cañería, y sucedió. Se encendió su computadora e iluminó su universo.

1 comentario:

Silvana dijo...

Pepe....!Recien llego de ver Las mil y una noches en el Roma!!!!...Que decir? Hermosisima!El teatro estaba lleno, estaban algunos de los chicos del elenco de Otelo y Angel (nos fallò la camara de fotos!Mi mamà todavia se queja al respecto!)Faltabas vos!je.Menos mal que no fuiste porque yo sin camara me mueroooo!.En realidad estamos escribiendo mas que nada por que quedamos impactadas con Feyza...!Terrible!Espectacular!,todos estan super pero ella se come la obra!.Te felicito una vez màs!
Saludos!
Silvana