lunes, 9 de marzo de 2009

MENINAS LA CASA Y UN AMOR NUNCA PROHIBIDO

La casa

Me vienen unas ganas casi incontrolables de hablar de mi casa. Lo necesito.

En ella aún habito y es en su parque, sin lugar definido y sin lápidas ni monumentos que testimonien sus presencias, en que están enterrados todos los míos. Por eso es que al celebrar ese anciano rito, los que quedábamos no asistíamos. Lo hacían nuestros queridos jardineros, junto al resto de la servidumbre, y nunca jamás repetían en dónde ese rito es que había sucedido. Día a día nos hemos caminado por arriba, en el placer de ese encuentro, pues toda nuestra tierra, son ellos.
Sucederá conmigo esto. Todos los demás se han ido salvo algún que otro sirviente que no debió ser para mí tan querido, ya que ni sé su nombre y lo distingo sólo por su andar ya muy vencido.
Después de mí no habrá diluvio.
Habrá sí mucho sonido, pues es a un orfanato al que decidí donar todo
lo mío. Somos una familia estéril sólo en críos. Tampoco ellos sabrán a quién pisan, y no tendrán idea de quiénes le han legado nuestro y su paraíso. No sólo por desconocernos, sino por haberlo yo estipulado así prohibido.
Esta historia es nuestra y sólo nuestra, y el futuro ya no tiene sentido. Salvo el de hacer reír y dar calor de chocolate, en esas brutales noches de frío, a niños doloridos de tibiezas y de mimos. Sólo a niños. Pudieron haber sido nuestros. Míos.

Mi casa. Mi casona. Fortaleza, refugio, mi castillo, mi palacio de hadas. Mi templo, pues paganos son los dioses que en ella admiro. Más que centenaria. Eterna. Más que casa. Más que mía.
Todo. Todo transcurrió alrededor, y en este espacio de piedras y mármoles y ladrillos. En los alrededores de los alrededores de nuestro inusitado parque. Era nuestra mansión el centro de nuestro pueblo y me da la sensación de que éste creció a partir de ella.
No importa quién la haya construido, ni cuál exactamente es su estilo. Es grande, inmensa, tan difícil de recorrer con esos kilométricos pasillos. Alegre y solitaria, al caer la noche, y cesar todo sonido.
¿Salones? Sólo digo que no acabo de conocerlos y que las cocinas eran uno de mis espacios preferidos. Con sus humos de caldos aromáticos y de verduras, de arroces y tinajas de frutos de olivo. Carne no había, ni pollos, ni pescados.
No se ingería en nuestro hogar nada que proviniese de animal. Después me enteré de que a eso se llama ser vegetariano. Algo así éramos en casa. Ya mis abuelos lo eran.
De nuestros viñedos llegaban miles de racimos de frescas uvas que se pisaban pero no fermentaban, pues tampoco alcohol se servía.
Reconozco que esa tradición la decidimos romper con mis hermanas, en la primera Navidad sin nuestros padres. Tan aburridas estábamos, pero aburridas de aburrimiento total, ya que no habría sorpresas de regalos inútiles, pues nada más sabroso y excitante que poseer lo que es superfluo.
Las otras cosas son las necesarias. No son para la gente rica. Y no es pedantería ni intención de ofensa, es que es así. Y nuestra familia era muy rica. Nuestras Navidades estaban repletas de objetos sin sentido. Y en ese eterno momento de aburrimiento, es que Consuelo ordenó al mayordomo nos fuera a comprar champaña. Del más caro.

Ya habían pasado algunos meses desde la muerte de nuestros padres, que fue para marzo creo. Nunca sé bien, no ahora, nunca, las fechas. Las dejo allí. ¿Qué más da qué día o cuántos años ellos tenían? Se murieron por esa fecha. Decidamos que fue por marzo. Y las Navidades son en diciembre. Es que pienso. Por eso escribo lo obvio. ¿Más si esto lo lee algún día un mahometano? ¿Sabrá él de calendarios cristianos? Je, je, je. Esto es risa. Y me parece bien escribirla de esta manera. Claro que no sé cómo escribiría el llanto, que me acompaña mucho en este trayecto de mi escritura.
A veces es congoja y dejo. Me limpio con un suave pañuelo, el caer de mis lágrimas. ¿Pero escribirlo? ¿Bua? ¿Uuuu? No. Sí el je, je.
La risa es fácil de escribir. No el dolor. Se siente tan fuerte que necesitamos de tantas palabras para describirlo. La risa es una. Espontánea. Avasallante. Tan enriquecedora. ¡Je! Maravilla de la onomatopeya.
Vuelvo a la sensación, que por lo menos yo creía ver en ellas y en mí. Era un día frío ese de diciembre y sin nieve aún. Estábamos en la biblioteca y sentadas sin hablar. Los sirvientes caminaban en susurros. Y no era triste. No. Era aburrido. Nos miramos de improviso y al mismo tiempo reímos.

Vuelvo a la risa, Dios mío. ¡Cuánta risa en mí contenida! Cuántas veces la palabra “risa” leerán y todas para mí tienen sentido.

Consuelo salió corriendo y nosotras tras de ella.
Raro esto era en ella, pues poco corría Consuelo.
Llamó a Aída y al mayordomo con tal ahínco que acudieron presurosos, pensando que algo nos había sucedido. Les ordenó preparasen la cena para más gente. Ellos se sorprendieron pensando estaría loca, pues, ¿qué otra gente?
Ustedes, les dijo Consuelo, y nosotras aplaudimos.
Decidió que nosotras, junto a todo el servicio, festejáramos con ilusión esa noche de definitiva despedida. Allí fue lo del champaña. Pero no fue una botella. Fueron dos docenas las que trajeron, y esa noche se brindó con alcohol por primera vez en esta casa y en nuestras vidas.


Un amor nunca prohibido

Quiero recordar al mayordomo. ¿Pero nombrarlo? ¿Darle más identidad de la que en mí ha sobrevivido? No. Es más que un nombre. “El mayordomo”. Eso sí, inolvidable. Vivió hasta los cien años y hace poco ha fallecido. Casi nos sobrevive a todos. Él me lo decía.
Era alto y muy delgado, y con un fuerte aroma a anís. Siempre llevaba guantes y no creo haberle visto las manos jamás. No conocí su dormitorio hasta el día de su muerte, en que fui a darle la despedida.
Era un cuarto pequeño, pero con un ventanal envuelto en enredaderas de jazmines. Allí noté que el olor era a jazmín, no a anís. Se hacía su propio perfume, mezclando alcohol, aceites y flores de enredaderas.
No era penetrante y quizás por ello la confusión.
Lo guardaba en las botellas de perfumes que mi madre mandaba tirar. Había una entera y me la llevé conmigo, y uso su aroma lentamente como mío.
También había una foto de mi padre en uniforme. Más no de mi madre. De ella ninguna. Había otra de él con mi padre en el parque y otra, ambos riendo, en un bote en la orilla de algún río.
Lo más conmovedor y que me partió en seis el alma fue que, al abrir su armario buscando para él algo de abrigo que su muerte tan cercana cobijara, descubriese allí conservado intacto el uniforme de padre que desde hace mucho creíamos perdido.
Estaba impecable. Listo para ser lucido. No entendí. ¿Cómo hacerlo? Noté que de su bolsillo interior salía la punta de un sobre. Este no llevaba membrete. Pero nada más abrirlo, reconocí la letra de mi padre. Estaba dirigido al mayordomo.
En él, mi padre le confesaba una vez más el inmenso amor que los unía. Me senté en una silla al lado del moribundo que me miraba aterrado, ya casi desde el más allá, pensando en que por mi ira se moriría dos veces.
¿Habrá supuesto que lo lanzaría desde su ventanal o que lo quemaría en una hoguera inquisitoria? Me quedó grabada, y tanto, esa mirada impotente de defensa o de huida.
Me acerqué, y me arrodillé junto a él. Le tomé la mano, fría y repleta de huesos que pujaban por abrirse paso, y sonreí. Sonreí de alegría. De felicidad al saber que ese hombre, mi padre, había amado a este otro hombre, al mayordomo.
Mi padre había sido capaz de amar. Me colmó de dicha y él entendió, pues recién allí sentí que su mano cobraba otra temperatura. Lo miré y él a mí, con dulzura de niño, una lágrima intentó aflorar mas no pudo. Había muerto en un suspiro con sonrisa.

Lo mandé a enterrar con el uniforme de papá y en ese parque en donde estarían, por fin, juntos.
Ahora tengo frío. Llueve afuera y deseo apagar las luces y escuchar los sonidos.

2 comentarios:

ALEJANDRO À dijo...

querido pepe: que linda entrega! es la que mas me gustó de todas hasta ahora. Tu forma de narrar hace una lectura impecable y fascinante a la vez. Me parece que Clara todavía tiene mucho que contar... y yo por mi parte muchio que escuchar... gracias por permitirme el placer de leerte.
un abrazo.

Anónimo dijo...

PRECIOSO PEPE!! QUE HERMOSA DESCRIPCION SOBRE LA CASA..QUE BELLAS PALABRAS PARA DESCRIBIRLA..
SOBRE LO QUE COMENTAS DE JUNTARSE CON LA GENTE QUE TRABAJABA EN ELLA EN NAVIDAD Y PODER TOMAR ALCOHOL POR PRIMERA VEZ..!! SABES?? EN EL CAPITULO ANTERIOR DE MENINAS TE HABLABA SOBRE AIDA, TENGO A MI NANA DE TODA LA VIDA QUIEN ME CRIO DESDE QUE NACI Y SE LLAMA IGUAL, CON QUIEN COMPARTO MIS NAVIDADES Y OTRAS COSAS MAS.. MI CONFIDENTE, MADRE Y AMIGA..
LO QUE MAS ME IMPACTO Y ME EMOCIONO ES SOBRE LO DEL MAYORDOMO..QUE DELICADEZA PARA NARRAR TAL HISTORIA.
TE FELICITO, UN BESO Y SEGUI ESCRIBIENDONOS.