sábado, 25 de abril de 2009

CHAT CAPITULOS OCHO AL DIEZ

PERDON POR EL RETRASO. QUIERO ACLARAR QUE UNA EDITORA TIENE INTENCION DE REPUBLICARLA Y DE SER ASI NO SE SI PODRE PUBLICARLA. ES ASI. NO ES EGURO. PERO OJALA SEA.

Capítulo 8


Eran más de las diez de la noche, y la madre de Luciano trataba de que éste le abriera la puerta.
--Estoy trabajando.
--Nene, es la hora de cenar y sabés cómo es tu padre. Hacé un esfuerzo y bajá a comer. Ya que no festejaste fin de año con la familia, por lo menos vení ahora. Llegó tu hermano con su señora.
Cuando Luciano escuchaba la palabra “señora”, en boca de su madre, le pegaría una bofetada.
--No puedo. Traéme un sandwich y coca con hielo.
Entonces su madre bajaría, trataría de explicarle a su marido que Luciano estaba ocupado. Éste se quejaría, el hermano pondría cara de “así son las cosas con tu otro hijo” y la mujer le daría la teta al bebé recién nacido, mientras el otro se encargaría de romper un arreglo floral, que la madre de Luciano había preparado para darle alegría a la casa.
Luciano no bajó.

Luciano disfrutaba chateando con una mujer peruana que había conocido hacía una semana, y que le volvía loco. Las fotos que le mandó de ella, eran impresionantes y él también le había enviado suyas. Tenía varias que se había sacado con su quick cam; tres de ellas desnudo. Se animaba a enviarlas luego de adquirir confianza. La peruana se llamaba, o decía llamarse, Clara.
Cuando empezó a chatear, Luciano entraba con su nombre real, pero después, decidió cambiar el nick para no ser ubicado. Cada vez que cortaba una relación con una mujer, cambiaba el seudónimo. Esta vez se llamaba Pancho. Clara le estaba contando sobre un problema que había tenido con su hermana, y justo en ese momento se cortó la comunicación.
--¡Puta madre!-- gritó Luciano.
No le gustaba que se cortaran las comunicaciones, ni tenía tolerancia para la frustración. Su rabia lo volvía agresivo y lo llevaba a romper cosas. Esta vez, fue el papel de la impresora.
Luciano imprimía todos sus encuentros en el chat. Cada seis meses los revisaba, elegía aquellos que consideraba importantes y los conservaba en carpetas, ordenadas alfabéticamente. Además, y por las dudas, guardaba todos en diskettes.
Se levantó y bajó hasta la casa de sus padres, en donde todos estaban sentados a la mesa. Tomó una silla y preguntó:
--¿Qué hay para cenar?

Franco había pedido comida china. Era lo más fácil. Había estrenado su computadora y estaba ansioso por repetir las experiencias de la noche anterior. Una con un adolescente de Bahía Blanca y otra con un catalán, casado, que decía que se moría de calentura con las mujeres argentinas. Por eso soñaba con el momento de volver a conectarse y seguir jugando.
Mientras comían y Lorna miraba televisión, Franco repasaba las fotos de la fiesta de fin de año.
--Mirá esta con Mónica y con Andrés. Acá con los chicos de mi oficina y ésta es cuando saludaba al final del show.
Lorna, sin mirarlo siquiera, dijo:
--Tenés que encargar más del blanco dulce, que es el que más me gusta y, que se está por acabar.
--Mamá, son mis fotos.
--Y éste es mi programa. Dejáme de joder, seguí mirando tus huevadas y dejá de comer tanto fideo chino que vas a cagar con los ojos estirados.
--¡No digas esas palabras! –-se levantó, recogió los platos , los llevó a la cocina y salió hacia su cuarto.
--¿Adónde vas?-- le preguntó su madre --. ¿No vas a lavar las cosas? Me jode el olor a mierda.
--Entonces cerrá la puerta cuando vas a ...
--Cuando yo cago en mi casa, hago lo que se me canta el culo, y vos limpiá la cocina que yo estoy impedida.
--Vos estás impedida de colaborar–- le respondió Franco con sorna, volviendo a la cocina. Mientras lavaba, no dejaba de pensar en su computadora, que lo esperaba para chatear.
--¿Y quien va a pagar lo que gasta esa mierda de cosa?
--Como toda la mierda que se usa en esta casa, la va a pagar un servidor.
--Menos mal, porque no pienso aportar un mango a tus vicios pajeros.
--¿Qué sabés vos de mis vicios? – le dijo Franco, mientras enjuagaba los dos platos utilizados en la cena.
-- Buenas pajas se deben hacer vos y tus amiguitos-- y abrió su tercer paquete de cigarrillos del día.
--Ya terminé, y si la señora me lo permite me retiro a mis aposentos-- dijo Franco, pretendiendo ser gracioso.
--Andá y divertíte que, la verdad, conmigo no creo que sea una fiesta tu vida.
Franco la miró y la imaginó joven. Le hubiese gustado conocerla entonces. Le decían que era muy divertida. No la que él conocía. Esta madre no. Pero él la amaba, la idealizaba, y no soportaría ver que le sucediese algo malo. Se imaginó en el cementerio y ella en un cajón. Quiso pensar en otra cosa, y no pudo.
--¿Qué hacés allí parado como un boludo? Andá a joder. Andá que yo apago todo luego–- le dijo Lorna volviéndolo a la realidad.
--Yo lo hago, mamá. Vos cuidáte y no fumés en la cama-- y se acercó a darle un beso que como siempre, ella rechazó.
--Puta madre. Ya sabés que no me gusta que me besen tipos que después no me van a coger.
Él lo sabía. Por eso ella nunca lo besaba. Tomó las fotos y se fue a su cuarto. A su mundo. A buscar a alguien a quien besar.

Como siempre, para Luciano, la cena en familia resultó un fiasco. Su padre no cesó de agredirlo, su hermano de darle consejos y sus sobrinos de llorar. La madre lo observaba como si estuviera detrás de un vidrio esmerilado. La veía borrosa. Pero Luciano no habló. Después, sin despedirse, como siempre, salió al jardín y subió a su cuarto. Al entrar, un acogedor silencio le dio la bienvenida. Tenía varios mensajes de mail. Abrió y vio que ninguno le interesaba. Pero sí tenía ganas de chatear. No con Carla. Con alguien nuevo. Y él no tenía porqué serle fiel a Carla. A nadie.
Un amigo de Formosa, le había recomendado que entrase en un room llamado “SexLatino”. A Luciano le resultaba vulgar. Imaginaba sonidos de maracas y fotos de Chayanne o Ricky Martín. Pero decidió que a lo mejor sería divertido. Entró. Se dio cuenta de que, sin pensarlo, lo había hecho con su nombre. Lo dejó. Se presentó y esperó acechando, agazapado, tratando de descubrir a su próxima víctima. Lo que leía en el general no le parecía interesante, así que sin desconectarse del chat, entró en el programa que tenía para bajar mp3 y comenzó a buscar los últimos temas de Kitaro y Ennia. Puso un video porno, que había copiado de un web de lesbianas. Lo excitaban las mujeres haciendo el amor.

Franco llevaba más de una hora chateando en el room “SexLatino”. Todos con ganas de sexo. Él no. Franco estaba estrenando su mundo privado y deseaba un encuentro gentil. Algo donde pudiese poner en juego su humor, y ese, su particular manejo de las palabras, que hacía que resultase tan femeninamente atractivo.
Al iniciar la sesión, justo había mirado las fotos. La primera era la de él con Mónica en un brindis. Por lo tanto escribió “Mónica”. En homenaje a ella. Y recién allí lo vio escrito. Seguramente llevaría algún tiempo como él, chateando, pero no lo había visto. Raro. Porque justamente ese nombre, era de los que le generaban muchas fantasías. Esos tan sobrios y románticos como, “Federico”, “Santiago”, “Francisco”. Nicks de hombres con olor a poco perfume y a jabón de glicerina. Éste era otro de esos. “Luciano”. Era el que soñaba para esta noche. Y sin dudar le envió un privado. Esperaba que lo aceptase enseguida. No fue así. Decidió cerrarlo y buscar otro, pero prefirió dejar el pedido abierto. Volvió al general, a seguir leyendo tonterías y a recibir más privados que no le interesaron.

Cómo Luciano estaba oyendo a Kitaro y viendo a tres mujeres introducirse consoladores en sus vaginas, no escuchó el sonido del pedido de privado de Franco. Una vez que terminó la música, decidió apagar todo, menos a las lesbianas, hacerse una buena paja y luego poner un video de Indiana Jones.
A punto de irse de “Sexlatino”, vio que “Mónica” le había pedido un privado. Un nombre que le gustaba. Investigó, y sus únicos datos eran palabras y números que no decían nada. Nadie quería ser descubierto en este juego, y todos deseaban poder ser aquello que en la vida cotidiana no se atrevían. Una vez, Luciano entró a un chat de lesbianas, y se hizo pasar por mujer, para jugar al sexo con otra lesbiana. Lo hizo dos veces. Luego lo asqueó. Prefería verlas en video. Ahora estaba Mónica, y Mónica tenía que ser una mujer muy interesante. Iba a intentar descubrirla.

Aceptó el privado.
--Hola, Mónica—escribió, y al hacerlo tuvo la imagen de él cayéndose en una catarata. Una sensación de vértigo impostergable. Algo, que a pesar de todo lo atrajo. Un destino. El suyo. Esta vez no escuchó voces. Eso lo tranquilizó.
Del otro lado, un Franco nervioso, respondió:
--Hola, Luciano.



Capítulo 9


Salvo Franco y Nené, todo el elenco llegaba tarde al ensayo en lo de Clo, por eso se había demorado. Franco caminaba sin cesar, feliz por su encuentro de la noche anterior con Luciano. Chatearon, sin descanso, hasta la hora de tener que ir al trabajo. Los dos pidieron volver a encontrarse más tarde. Franco le pidió que fuese a la noche, tarde, porque tenía una reunión con ejecutivos chilenos, y después, seguramente irían a cenar. No le dijo que tenía ensayo. Le dijo lo que Mónica haría.
No sólo había usado su nombre. La había usado. Habló de su profesión, de su físico, de sus perfumes, de la soledad que Franco intuía, de sus deseos. Franco se convirtió en Mónica y le resultó fascinante. Franco estaba seguro de que transfigurándose en ella podría seducir a Luciano mucho más que con otro personaje. Generalmente, cuando en el chat le preguntaban a qué se dedicaba, Luciano contestaba que era profesora de aeróbico o bailarina. Imaginarse esos cuerpos, a los hombres los excitaba mucho. Como si no las hubiese feas. Pero ser eso, era símbolo de sensualidad, y a eso entraba Franco: a calentar y calentarse. Solo que esta vez fue distinto. Sucedió otra cosa; se enamoró del hombre que estaba del otro lado de la pantalla.
Franco era una Mónica en busca de compañía. Una mujer solitaria y ansiosa por descubrir en un hombre todo lo que había fantaseado desde niña. Luciano le contó de su trabajo, de su fascinación por la cibernética, de sus padres, de su ciudad. Todo lo que escribía Luciano, a Franco le parecía un mundo maravilloso, y al no recibir ninguna pregunta relacionada con su cuerpo o con sus gustos sexuales, Franco sintió una inmensa ternura.

En su trabajo, Luciano no dejaba de pensar en ella. Mónica lo había atrapado. Extrañó a su amigo, Lu Chi. Lamentó no tenerlo para tomar un café, y explicarle que esta mujer era la mujer de su vida. Lo intuía. Lo sabía. Todo el día estuvo torpe en el trabajo y tuvo que rehacer varios programas. La única imagen que tenía frente a sí, era la de esa Mónica, que él soñaba alta, morocha, elegante. Luciano no le había preguntado cómo era. Ella a él, tampoco. Y esto lo atrajo aún más. Era su alma la que ella estaba conociendo. Su mundo personal. Su espacio único. Al terminar de trabajar salió, se puso a caminar y descubrió que estaba cantando y que la gente lo miraba. Sí su padre lo viera.

Viendo que los demás no llegaban al ensayo, Franco le dijo a Nené que tenía que contarle algo sensacional. Y le contó.
--Mejor vamos al camarín porque acá me siento medio deprimida sin las chicas y además hay mucho ruido--le pidió Nené-- Y así de paso te maquillás un poco, hacés gimnasia, saltás un rato y dejás de hablarme de ese novio de mentira que conociste anoche en tu delirio de la computadora.
Y Nené se dirigió al camarín, no sin antes recoger sus bolsos y sus anteojos azul fluo, que le hacían juego con los pantalones de lycra y con la remera musculosa que llevaba puesta. Franco no tuvo más remedio que seguirle, pero sin dejar de hablarle de Luciano.
El camarín olía a puchos, a humedad y a maquillajes. Así olían los camarines de todo el mundo, solía decir su madre cuando él le contaba sobre éste. Franco tiró todo al piso, y se sentó en una de las tres desvencijadas sillas. Nené encendió un sahumerio, con mucho olor a sándalo barato.
--Vive en La Plata, trabaja en computación o algo así, tiene 28 años y es lanzado, seductor. Lo amo.
--Todo porque un supuesto chongo, se llama Luciano.
--Yo sabía que me enamoraría de alguien que se llamara Luciano.
--¿Quedaron en verse?--preguntó Nené.
--¿Estás loco?
-- Loca, soy loca.
--A él le gustan las mujeres. A él le gustó Mónica. Pero Mónica era yo, así que le gusté yo—afirmó Franco.
--¿Y qué le dijiste de vos?
--No entendés. No le hablé de mí, le hablé de mi jefa--– contestó Franco riendo--. Y … ¿cómo se dice?... me apersoné...
--Impersoné. Tomaste su persona, su lugar-– le corrigió Nené con tono de intelectual--. Eso es peligroso. Te pueden hacer juicio.
--No digas tonterías. Pero sí. Me impersoné en Mónica. Le conté todo sobre ella. Que trabajaba en una empresa, que era gerente..., todo. Pero no le dije dónde. Como comprenderás no le di ningún dato que pudiese perjudicarla. Tampoco es mucho más lo que sé de Mónica. Solo que vive por Olivos, sola, y que tiene padre y no madre.
--¿Y de su vida privada?
--Nada. Es muy reservada.
--¿Él no te preguntó?
Luego de una sugestiva pausa, Franco dijo:
--Sí.
Nené se le acercó más, muy intrigado:
--¿Qué le dijiste?
--La verdad. Que estoy sola.
--No te gusta hablar en femenino- le recordó sarcásticamente Nené.
--No hablo de mí. Hablo como le hablé a él siendo Mónica. Pero no le mentí porque yo estoy solo y Mónica está sola.
--Eso no es legal.
--Ni vos... Pero nunca lo sabrá.
--¿Y si quiere conocerte?
--Ojalá. Pero no creo que me vuelva a llamar.
--¿Le diste tu teléfono?- preguntó Nené asustado.
--¡No!... Llamarme a mi casa, no. Llamarme allí, encontrarnos en el chat. Anoche estuvimos escribiendo hasta la madrugada. Todavía no pasó nada-– y tomándole las manos le dijo casi en éxtasis:
--No dormí, Nené... Estoy enamorado. Quedamos en encontrarnos, pero no estará. Nunca están.
Y Nené se abrazó llorando a Franco.
--Me alegro tanto por vos. No es lindo estar sola en la vida, y aunque sea a través de un aparato, tenés a alguien. Preguntále si tiene un amigo para presentarme por computación.
Franco lo miró y notó que las lágrimas ahora eran de risa. Agarró la polvera y se la tiró a la cara mientras reían como dos colegialas.

Luciano, como siempre, había impreso la charla mantenida la noche anterior con Mónica. Algo en esa mujer le parecía maravillosamente atractivo. Su forma de hablar, su lenguaje, su humor. Era diferente a las demás. Leía lo charlado, se reía ante algunas ocurrencias de ella y esperaba con ansiedad el momento del encuentro prometido para esta noche en un room que se habían inventado para ellos dos solos: “Lumo”. Una mezcla de Luciano y Mónica. Carla no tendría más remedio que esperar a que algún día Luciano volviese a comunicarse con ella. Por el momento era una posibilidad sólo si Mónica no acudía a la cita. Mónica vendría. Habían quedado a la noche, tarde, y ya desde las diez y media Luciano había entrado, por las dudas.



Capítulo 10



Matilde estaba llegando tarde. Sergio era un amante tan intenso, que con él la noción del tiempo se esfumaba. Hace un mes, lo había conocido en la embajada griega y resultó ser compañero de secundaria de Andrés. Ahora estaba casado, vivía en San Martín de los Andes con su mujer y seis hijos y venía a Buenos Aires cada dos meses. Dio la casualidad que al día siguiente, lo encontró caminando por Libertador. Tomaron un café y de allí fueron al hotel de Sergio y tuvieron una desaforada y salvaje sesión de sexo. Y ya era el segundo día que Matilde llegaba tarde a su casa.
--No es así el trato-- le dijo Andrés nada más entrar Matilde.
--No me di cuenta-- y fue a darle un beso que el evitó.
--No soportás que yo llegue tarde-- le reprochó Andrés.
--No soporto que duermas con Mónica.
--Sólo cuando te vas al campo con los chicos.
--Y cuando vos te vas de viaje, yo no puedo dormir con nadie, porque me tengo que quedar en casa para cuidarlos.
-- Si preferís, nos separamos.
Esa forma brutal de Andrés la paralizaba. Nunca sabía si era capaz de llevar adelante sus amenazas. Era un gran jugador. Ella, simplemente le seguía el juego. Matilde dependía de Andrés.¿Habría sido él dependiente de alguien alguna vez? ¿Lo sería de Mónica? No.
--Entonces nos separamos y te vas a vivir con Mónica--contestó Matilde tratando de parecer muy sólida.
-- Ese es asunto mío.
Y la destruyó. Sólo quedaba retirarse. No separarse. Retirarse.
--Me voy a acostar. No tengo ganas de discutir-- e hizo ademán de irse.
--¿Cogieron mucho?-- le preguntó Andrés.
Ella se detuvo. Esa también era parte de su juego dominador. Manejar a su víctima con placer sádico y consciente de ser el amo. Ella, sin darse vuelta y ya comenzando a presentir el placer que vendría, le dijo:
--Te calienta.
--Obvio. Por lo menos ya que llegás tarde me merezco una detallada descripción de los hechos. Contáme y hacéme otro favor.
--¿Cuál?
--Cerrá la puerta del escritorio con llave y acercáte en silencio, andá sacándome la ropa de a poco. Y una vez que me desnudás te sacás la tuya, te sentás en el sofá y me contás todo de a poco.

A las diez y cuarto Franco detuvo el ensayo. Explicó que su madre no se sentía bien. Nunca se iba de un ensayo antes de tiempo. Por lo tanto le desearon lo mejor para Lorna. Nené lo acompañó hasta el camarín mientras Franco se cambiaba.
--Si querés te acompaño-- le ofreció afectuoso Nené.
--Gracias Nené, pero ella es muy quisquillosa. No es nada serio. Es que fuma mucho.
--Lo de tu mamá es mentira, ¿no? ¿Vas a ver si está tu novio en ese aparato?—preguntó Nené con cierta envidia.
Franco lo miró, hizo una pausa y sus ojos le brillaron.
--Si.
Franco estaba enamorado. Verlo así tan ilusionado, le generaba una profunda nostalgia. Hacía tiempo, él también lo había estado. Se llamaba Rubén, era uruguayo y albañil. Habían vivido juntos, en la casa de Nené, casi un año, pero luego Rubén se enredó con la mucama y Nené lo perdió. A la mucama también. Pero eso había sido hacía mucho. Ahora ya no más enamoramientos ni gente viviendo en su casa.
Mientras Franco guardaba la ropa de ensayo, Nené se miró en el espejo y vio que, a pesar de ser sólo un poco mayor que Franco, su cuerpo era más delgado y su cabello más voluminoso. Sus ojos, que de joven, hicieran que obreros, taxistas y camioneros lo acosaran, aun mantenían ese brillo

Su padre había sido marino mercante y su madre maestra de escuela. Él estaba todo el día solo en su casa. Se ponía la ropa de su madre y jugaba a que era una muñequita. A los dieciséis años se enamoró de un policía y su padre los descubrió juntos en la cama de matrimonio. A Nené lo echó de la casa y al otro lo acusó de abuso de menores. El policía tuvo que escaparse a Paraguay. Nené lo siguió, cruzando la frontera en un bote. Al poco tiempo su amante se enganchó con una mujer, y a él lo dejó en la calle. Entonces fue cuando se prostituyó para poder comer.
De Paraguay se fue a Brasil, en donde había muchos transformistas. Allí recibió la noticia de que sus padres habían muerto en un accidente automovilístico y se llenó de alegría. Volvió a Buenos Aires y recibió una herencia, que le permitió vivir de rentas y hacer lo que más disfrutaba: transformismo.
Se instaló en la casa paterna, y decidió usar la misma cama de matrimonio de ellos. Puso una gran foto de sus padres sobre la cómoda, y la miraba, para reírse de ellos, cada vez que hacía el amor con un hombre. Pintó todas las paredes de rosa, las llenó de fotos suyas actuando y compró seis perros caniche blancos, enanos.
Un día conoció a Clo, comenzó a trabajar en su local, y se convirtió en uno de los transformistas más cotizados. Gastaba mucho en vestuarios y plumas. Y en fiestas en su casa. Le gustaba invitar gente a cenar y en una de esas cenas conoció a Franco, que había ido acompañando a Clo. Enseguida se hicieron amigos y al poco tiempo le propuso a Franco que se mudase con él a su casa.
Franco no aceptó porque debía cuidar a Lorna y porque no le gustaba ser dependiente. En lo de su madre no lo era. Acá sería el acompañante. Pero la amistad creció y Nené y él se convirtieron en dos almas entrañables.

Franco se despidió de Nené con un sonoro beso. Al llegar a su departamento, su madre seguía mirando televisión y le gritó:
--Tengo hambre.
Franco corrió a la cocina. Puso agua caliente en una olla. Abrió una lata de puré de tomates, la volcó en una sartén y le dijo:
--Hoy mi reina va a comer unos ricos spaghetti con salsa fileto.
--Hoy tu reina va a comer la misma mierda de siempre. Hacéme arroz con pollo.
--No hay pollo y yo estoy apurado. Tengo que terminar un trabajo para la empresa.
--Tendrás que joder con tu maquinita. No me chupo el dedo. Apuráte con los fideos.
Mientras el agua hervía, Franco fue a su cuarto, prendió la computadora, se conectó con Internet y escuchó que su madre le decía:
--No me uses el teléfono, que estoy esperando una llamada urgente.
Franco volvió al living. Se paró frente al televisor y le dijo:
--A vos nunca nadie te llama, y mucho menos urgente. Lo hacés para molestarme. ¿Y cómo sabés que yo uso la computadora con la línea de teléfono?
Lorna comenzó a reírse y lo apartó de frente al televisor.
--porque miro películas, boludo. Está bien. Usálo, pero la cuenta la pagás vos.
Franco volvió a la cocina. El agua estaba hirviendo. Tiró adentro los fideos, sacó la salsa de tomates que estaba a punto de quemarse, le agregó un ajo, un poco de sal y un caldo de carne. Esperó once interminables minutos mientras iba y volvía de su cuarto comprobando que la Internet siguiera conectada. En el tercer viaje, entró en el programa de chat y se unió al room “Lumo”, y sin ver si Luciano ya estaba dentro, corrió a la cocina antes de que los fideos se pasaran.
--Al dente, como en Italia—siempre le pedía ella, como si hubiese estado alguna vez en Italia.
Sacó los fideos, los coló, les echó aceite de oliva crudo, los puso en un bol, pues Lorna no los comía en plato, les echó queso rallado, los revolvió y volvió al living. Le puso un mantelito en la mesa, el plato con galletas y la botella de vino.
Sin siquiera darle las gracias, ni dirigirle una sonrisa, Lorna comenzó a deglutirlos. Franco fue a su cuarto, cerró la puerta con llave y se sentó frente a la computadora.
Franco pensaba que Luciano no aparecería en el chat, y sin embargo allí estaba escrito: “Luciano”.
--Hola -– escribió Franco cauteloso.
Hubo una pausa que a Franco le pareció eterna. ¿Le estaría leyendo?
--¿Estás?-- insistió, ahora sí temeroso que del otro lado no hubiese nadie.
--Estoy—leyó Franco, y respiró aliviado.
Luciano pudo esbozar una sonrisa que deseaba fuese contemplada por Mónica. Hablaron durante horas. El primer tema que surgió fue la infancia. La orfandad. Luciano le contó sobre sus padres ausentes. Franco le confesó el dolor de Mónica al haber perdido a su madre a los seis años de edad, y descubrió que del otro lado había alguien tan solitario como él.
Luciano no confesaba su incapacidad para relacionarse con los demás cara a cara. Inventaba relaciones, que había tenido a través del chat, como si hubiesen sido reales. Franco armaba un padre de Mónica, con algunas de las pocas informaciones que ella le había dado.
La intuición femenina de Franco, que hacía que sus transformaciones en el escenario fuesen más sensuales que las de una verdadera mujer, lograba el mismo efecto en este mundo virtual. Poco a poco, los dos se fueron convirtiendo en personajes vulnerables, pero mucho más cálidos y con vivencias más sólidas que las que realmente tenían Luciano y Franco. Esto los hacía irresistibles.
Franco se durmió ya agotado, recordando la última frase que le había escrito Luciano antes de cortar. “Me gustás Mónica, me encantás. Sos la mujer ideal”. No se intercambiaron mails ni teléfonos. Ambos respetaban el pacto implícito de imaginarse, en secreto.

En el trabajo Franco demostraba un alto grado de buen humor y todos suponían que estaba enamorado, y le enviaban tarjetas de amor a su mail. Él reía, y las contestaba dejando entrever que sí, que lo estaba y sobre todo, que era correspondido.
Habían pasado siete días desde el primer encuentro, y cada noche era la gloria. Luciano no faltaba nunca. Ni Franco. Siempre estaban. Seguros. Mónica comenzó a inspirarle confianza a Luciano y Franco decidió dejar los ensayos, para encontrarse más temprano en el chat con Luciano y poder hablar más tiempo. Sabía que Luciano se levantaba a las seis de la mañana y en cambio él, podía dormir hasta las ocho. Luciano insistía en que con dos horas él estaba hecho. Pero a Franco le preocupaba que no durmiese lo suficiente. Y Luciano se sentía cuidado por primera vez. Acá el deseo no era lo fundamental, era algo más.
Franco nunca le había preguntado a Luciano por su físico y Luciano nunca por el suyo. Imaginaba que sería atractivo, pero esto daba igual, ya que nunca lo conocería. ¿Cómo hacerlo sin descubrir el engaño? ¿A quien conocería Luciano? A una sórdida mariquita, incapaz siquiera de calentar a otro hombre, salvo por dinero.
Y el dinero calentaba. Franco lo notaba en esos chicos que trabajaban para Clo, y que cuando volvían de la casa de un viejo rico, estaban alucinados. Solían contarle que allí , frente a estos decadentes poderosos, se les paraba, se calentaban en serio y los satisfacían. Los excitaba la fantasía de que los convertirían en mantenidos. Esto nunca sucedía, y a los pocos meses eran cambiados por otros nuevos. Descartables. Los más vivos, con suerte lograban hacerse de un departamento, de un auto y de algunos viajes. Pero no más. Y luego, cuando dejaban de ser novedad, ya no sabían qué hacer. Recién entonces, Franco podía acceder a una noche de sexo con alguno de ellos; a veces hasta por nada. Lo hacían por quedar bien con Clo.
Franco no tenía belleza, ni juventud, ni poder ni dinero, pero sí imaginación, y en el mundo cibernético, él era el rey, o la reina. Así consiguió que Luciano se entregara. A Mónica, y a su cabeza.

Clo y Nené necesitaban saber qué le pasaba a Franco. Hacía un mes que no iba a los ensayos y él nunca faltaba ¿Estaría enfermo y no se atrevía a decírselos? A Nené le había contado una tarde, que había conocido a alguien en Internet y que estaba fascinado. Nené trató de explicárselo a Clo, pero ella juraba que el motivo tenía que ser otro. Y grave. Franco no podía estar tan enamorado como para abandonar a sus amigos y a su vocación. Lo obligaron a reunirse con ellos después del trabajo. Franco aceptó la cita, pero puso como condición encontrarse en un gimnasio del centro.
--¿En un gimnasio?—pregunto Clo, con una sensación de vómito solo de imaginarlo.
No cabía duda alguna. Franco no estaba sano.
A la hora indicada Clo y Nené, parados en la vereda de enfrente, veían, a través de un inmenso ventanal del primer piso del gimnasio, a los que transpiraban. Se imaginaron a ellos haciendo lo mismo y comenzaron a reírse. Pero la risa se volvió angustia al pensar que debían entrar. Era como para alguien que tiene fobia de volar, subirse a un avión. Esos horrorosos aparatos, modernos objetos de tortura, listos para ser usados en sus cuerpos. Pero Franco era su amigo, y había que salvarlo. Y tomados de la mano, igual que quienes van a morir devorados por leones en el Circo Máximo, abrieron la puerta.
Era ese horario pico, en el cual la gente, luego de salir de sus trabajos, se someten a extensas sesiones de aeróbicos y de aparatos, intentando lograr que sus cuerpos sean dignos de ser deseados, o al menos, cercanos a parámetros humanos. Entre esa marea humana, Clo y Nené trataban de encontrarlo a Franco.
Ingresar no les había resultado tan sencillo. La recepcionista, no era exactamente de la cancillería. Tenía un subido bronceado de lámpara, pelo azul, y sin dejar de comer chicle y hacer globos, contestaba sin entusiasmo a sus preguntas. Esta acción era interrumpida cada vez que saludaba a los que iban pasando, marcaba sus pases, y les entregaba toallas, y de paso atendía las llamadas telefónicas.
--No sé quién es Franco. ¿Ves la cantidad de tipos que hay acá? –-le decía desganada a Nené la del pelo azul –-. Si quieren búsquenlo ustedes—y se volvió para saludar a una rubia, con raíces tan descoloridas como las suyas.
Nené trataba de calmar a Clo, que ya estaba dispuesta a abofetearla, cuando sintió que alguien, sudoroso y perfumado, le tapaba los ojos.
--Acá estás, hijo de puta-- escuchó a Clo, mientras esas manos húmedas lo soltaban. Franco, vestido con un jogging ajustado color patito, vincha haciendo juego, zapatillas naranja y una toalla inmensa alrededor del cuello, intentaba abrazar a Clo que se apartaba como si fuese leproso.
--Me vas a manchar con tanta transpiración. Salí—protestó ella.
--Llegaron tarde. Quedamos a las siete.-- les respondió Franco, luego de empapar a Nené con un sonoro beso en la mejilla.
--Es que esta forra nos hizo perder tiempo.-- gritó Clo, señalando a la recepcionista, que ni la miraba.
Franco los empujó dentro del gimnasio y los llevó hasta el bar, los sentó, les aclaró que no se podía fumar y pidió tres jugos de pomelo naturales. Clo dio un alarido de espanto y ordenó un café doble y una grapa. Grapa no hay, fue la respuesta.
--No se vende bebida alcohólica-- le dijo Franco sonriendo.
--¿Y me querés decir qué mierda hago acá, con todo este olor a axilas? -- le reclamó Clo.
--Son ustedes los que querían hablar conmigo. Yo necesito bajar de peso.
Nené no cesaba de contemplar los cuerpos y los bultos de los hombres que hacían aparatos.
--Yo necesito un pucho-- dijo Clo, y al tratar de agarrar su cartera, Franco se la quitó.
--Ya te dije que acá no podés fumar. Mirá qué tipos divinos. Vos tenés que enamorarte como yo.
--Pero a mí me gusta coger en vivo, y vayamos a lo nuestro-- contestó Clo--. Vinimos porque queremos saber qué mierda te pasa. Hace un mes que te borraste. El boliche te necesita. Yo te necesito. Esta amiga loca tuya, el travesti, te necesita.
--Gracias por lo de loca-- agregó Nené, nada atento a lo que decía Clo --. Es verdad que los tipos son divinos. Yo debería hacer gimnasia. ¿Hacen descuento a mujeres mayores?
--Calláte la boca--interrumpió Clo--. ¿Qué te pasa, Franco?
--Que estoy enamorado. Ya se lo expliqué a Nené. Y sacando su billetera, pagó.
--No me vuelvas de nuevo con el verso de enamorarte por computadora-- respondió Clo.
--Yo te dije que era eso lo que le pasaba-- le dijo Nené a Clo.--Está enamorado del de la máquina.
--El nuestro es como un amor de los de antes. Por correspondencia. Ya llevamos cuarenta y dos días y Luciano está loco por mí. Nunca me pasó algo así--los ojos de Franco brillaban.
--¿Y cómo puede aguantar sin verte?-- preguntó Clo intrigada, mordiendo el cigarrillo apagado.
--Reconozco que es medio raro—acotó Franco. -- Pero no dice nada de encontrarnos. Eso sí, me pidió una foto.
--¿Tuya?-- y la cara de Nené mostró signos de pánico.
--De Mónica-- aclaró Franco.
Sin poder disimular sus nervios, Clo se levantó:
--Yo me voy a fumar un paquete ahora mismo—y fue hacia la salida. Antes de salir, encaró a la recepcionista:
--A pesar de la cara de pelotuda que tenés, igual me caés simpática. Una cosa: hacéte de nuevo la tintura, que se ve como el orto. Y no un lindo orto. Parecés un yiro de cuarta-– y sin esperar respuesta le dio un beso, y salió.
Franco y Nené optaron por seguirla. Fueron a otro bar, en donde Clo sí pudiese fumar. Franco continuó con su explicación:
--Me pidió una foto y yo le dije que hoy se la mandaría. Y él me prometió lo mismo.
Raro que Luciano le pidiese una foto a una mujer de Buenos Aires y que se animase a ser visto. Hasta él se sintió sorprendido.
--¿Una foto?-- le escribió quien para Luciano era Mónica. Y del otro lado Franco sintió un ahogo. ¿Una foto? Nunca pensó en mandarle una foto, ya que nunca pensó en pedírsela. La relación había avanzado en estas semanas de tal manera, que pedirle una, hubiese implicado tener que mandarle otra, y mentirle a Luciano le parecía terrible. Pensó en contarle todo o en no encontrarlo más, pero no podía. Y le volvió a escribir:
--¿Una foto?
--Si. Una foto tuya y te mando una mía.
Al solicitar esta locura, a Luciano le temblaron las manos, pero Luciano cada día se sentía más atraído por esta mujer que lograba comprenderlo tanto y pedirle tan poco. Porque era más que obvio, que ella, como él, estaba subyugada.
--No tengo fotos escaneadas-- le contestó Franco sin saber qué responderle.
--¿Y no podés escanear una para mañana? Y no es porque me importe si sos linda o no. Es que te imagino de tantas maneras, que verte me ayudaría a pensarte mejor-- insistió Luciano.

--Supongo que le dijiste que ni en pedo, porque tus fotos de transformista son buenas, pero se nota que sos trolo. A ver si te rompe la cara. -- dijo Clo.
--Nunca pensé en mandarle una foto mía-- aclaró Franco dolido por el comentario.
--¿Cual le vas a mandar?-- preguntó Clo.
Franco, sacó de su bolso una inmensa cantidad de fotos y las puso sobre la mesa.
-- A ver si adivinás.
--Yo odio las fotos-- aclaró Nené, con cara de haber sido consultado.
--Son todas de amigas mías. La mayoría, fotos tuyas, Clo.
--¿No vas a mandarle una foto mía?
--Elegí una-- le pidió nuevamente Franco.
--Claro. Yo soy de plástico-- comentó Nené con sarcasmo.
--Calláte y dejáme pensar-- respondió Clo mientras observaba. Luego de varios descartes, eligió una--. Ésta. ¿Quién es?
--Sos bruja. Esa es Mónica-- respondió Franco.
Clo le dijo:
--Está buena tu jefa.
--No soy tonto para elegir, ni para... imper...sonarme.
--Pero en esta foto estás vos con Mónica. No sirve- le dijo Nené.
-Me recorto y soy Mónica—respondió Franco triunfante.

Esa noche, Mónica y Andrés festejaban. La mujer de Andrés se había ido con sus hijos a San Pablo, a ver a una amiga gravemente enferma. Él aprovechó para pasar dos días en casa de Mónica. El clima auguraba tormenta. De esas tormentas ideales para dos amantes. Y mientras se acariciaban, escucharon el primer trueno.

Franco vio los relámpagos, y el trueno lo asustó. Más lo había asustado el pedido de Luciano. De alguna manera, quería conocerla y que lo conociese. Sabía de la dificultad de Luciano para ciertos compromisos, y muchas veces se había sentido casi un psicólogo aconsejándolo en la relación con sus padres. Luciano había bajado las defensas con Mónica. Ella lo entendía, y lo ayudaba a soportar la demora de ese anhelado encuentro. No lo presionaba ni exigía, como las otras, y él le aseguraba una lealtad que ella, a su vez, también prometía. Mónica le decía que, desde que lo había conocido, ningún otro hombre había entrado en su vida. Se prometían fidelidad absoluta y ambos lo creían.
Ella le contó de sus anteriores relaciones. Cuando, a su vez, Luciano le confesó que era virgen, esperó del otro lado una inmensa carcajada, escrita con “jajajajajás” insoportables. En lugar de eso, recibió la más cálida de las respuestas:
--Está escrito que primero, vas a ser para mí.
Sin burlas, ni lástima. Mónica era su mujer ideal.
Franco cerró la puerta de su cuarto, se sentó frente a su computadora, se conectó con Internet y sacó el diskette que contenía la foto escaneada de Mónica. Se encontrarían. Vería la cara de Luciano. Conocería sus rasgos, sus ojos, su boca. Lo había imaginado de tantas formas. Algunos días rubio, bajo y con bigote; otros morocho y de contextura atlética. Nada de esto realmente le importaba. Nada podría romper el hechizo.
La conexión se hizo y nada más entrar en el room, vio que ya Luciano lo esperaba. Hubiese querido decirle quién era, y lo feliz que lo haría aceptándolo así, como hombre. Sería “su” hombre, su esclavo. Cada noche estaba tentado de hacerlo. Le resultaba difícil el engaño. Le resultaba doloroso no poder amarlo así, con la verdad. Fue el mismo Luciano quien lo disuadió.

--¿Sabés?-- le había preguntado Luciano una noche--. Muchas veces tengo dudas, de si realmente vos sos una mujer.
Franco sintió que el corazón se le detenía y tardó en contestar.
--¿Estás?-- leyó que le escribía Luciano --. ¿Estás, Mónica?
Estaba Franco. Franco imposibilitado de mover siquiera un dedo. Franco que sentía haber sido descubierto. Finalmente logró reaccionar y le escribió:
--¿Por qué lo decís?
--Porque me pasó estar días charlando con una mina que resultó ser un tipo.
--¿Y cómo lo descubriste?- preguntó Franco intrigado.
--El boludo me lo confesó.
--¿Y qué sentiste?-- escribió Franco, deseando leer una respuesta piadosa que le ayudase a él también a confesarse.
--Asco. Ganas de matarlo al hijo de puta. Me cagó, el guacho. No pude dormir durante días, pensando que estaba contaminado por un maricón, y por eso me da miedo pensar que seas un tipo.
Franco sacó fuerzas de algún lugar desconocido de su olvidada virilidad:
--¿Y si lo fuera?
--Te buscaría y te mataría.
El silencio fue prolongado. Ambos miraban la pantalla, esperando que algo sucediese, para romper esa suerte de charla maléfica. Era un punto de no retorno.
--Tu respuesta me parece fuerte -- escribió Franco.
--Fuerte sería tu engaño. Yo jamás te mentí en nada.
--Podrías ser una mujer-- respondió Franco.
--Dejáme de joder. Y perdoná que te diga esto. ¿Yo una mina? ¿Me ves cara de mina?
--Nunca te vi la cara-- contestó Franco –y agregó-- Pero es el momento de hacerlo. Y vas a ver, si soy o no soy una mujer.
--¿Tenés la goto?-- escribió Luciano, equivocándose al hacerlo por los nervios y la ansiedad de verla.
--Tengo varias fotos. ¿Vos tenés muchas?
--Si. Unas más decentes que otras-- respondió Luciano, esperando que Mónica se riera de esta frase.
--Sos chiquilín, Luciano-–. Era la respuesta esperada por Luciano, pero no la que hubiese querido escribir Franco. Franco hubiese querido ver solamente esas fotos. Luego de verlas, ampliarlas y correr hasta donde estuviese Luciano. Que él abriese la puerta, besarlo y hacerle el amor, sin parar, durante años. Pero había que poner un límite. El juego tenía que ser de adultos. Mónica lo era y Franco era Mónica--. Mandáme la que sea más decente.
--Los dos al mismo tiempo-- escribió Luciano y Franco estuvo de acuerdo. Los dos aceptaron, y fueron viendo cómo los porcentajes de llegada iban creciendo, hasta que se escuchó el sonido que indicaba que ya habían sido recibidas. Ya estaban sus caras y esto era irreversible. Luciano no tuvo el coraje de abrir la de Mónica.
Franco en cambio, nada más recibirla, abrió el archivo y contempló extasiado la cara y el cuerpo de Luciano. Estaba sentado en su cama, con unos shorts , una remera ajustada y medias de algodón. Lo que estaba viendo superaba todo lo imaginado y deseado.
--¿La viste?- preguntó, temeroso, Luciano.
--Sos bellísimo.
“Bellísimo”era una inusual definición de su persona. “Estás bien, pendejo”, “qué buen tío”, “chévere”... esas sí. Pero, ¿“bellísimo”? Nunca. Abrió el archivo de Mónica, y rogó que apareciese alguien “bellísima”. Mónica surgió como una fascinante mentira cibernética. Sólo atinó a decirle:
--¿Ésta sos vos?
No. Esa no era él. Esa foto que Luciano escudriñaba, seguramente tratando de averiguar el engaño no era él. Pero necesitaba serlo.
--¿No te atraigo?-- escribió Franco.
--Me volvés loco. Sos una diosa. Sos... --y surgió la palabra: bellísima.
Saberse “bellísimos”, tiró las barreras que impedían el flujo escrito de imágenes sexuales. Eran deseos reprimidos, en aras de ir construyendo una relación más pura que las que habitualmente se tenían en esos lugares. Ellos querían ser diferentes. Pero, excitado, Luciano no pudo evitar preguntarle:
--¿Cómo estás vestida?
Y Franco no pudo evitar contestarle:
-- Sólo con una bata, ¿vos?
Mentira. Pero así era el juego.
Luciano optó por otra mentira:
--Sólo con bóxers.
Ciertos códigos son y deben ser respetados. En el chat, éste era uno. Ni Franco hubiese podido decirle que estaba con unos jeans y un buzo azul descolorido, ni Luciano, que estaba con un jogging manchado de grasa y una remera vieja.
--¿No tenés calor?-- preguntó Franco.
--¿Y vos?
--Me está entrando.
--A mí también. Me parece que me los voy a sacar.
Lenta y suavemente, la conversación fue creciendo en imágenes eróticas, mezcladas con fuertes dosis de ternura y de una absoluta necesidad de cuidado del otro. Pero poco a poco, al intuir que esto se estaba dando, que ninguno de los dos dudaba del amor que los unía, surgió lo animal cada vez con más fuerza, y al final de la conversación ambos escribieron, según lo pactado antes, un extenso “aaaaaaaaaaaaaaa” que indicaba que habían obtenido el orgasmo.
Así había sido en la realidad de sus cuartos. Franco y Luciano habían acabado, con un desesperante aullido de placer y de delirio, mirando la foto del otro. Cada uno haciendo el amor despiadado con esa imagen recibida hacía un rato por medio del chat. Y no les importaba sí era verdad o no. Esos eran ellos, y punto.
Después vino el cuidado, el mimo. Lo que ninguno de los dos había experimentado jamás luego de un orgasmo. Ternura. Afecto. Cariño. No ganas de cortar. Y no lo hicieron. Siguieron hablando, y al rato volvieron a tener la necesidad de jugar, y lo hicieron. Agotados, y con el sol entrando a raudales por las ventanas, se despidieron hasta la noche siguiente. Ya eran amantes.

1 comentario:

ALEJANDRO À dijo...

Pepe: que buena noticia, la verdad que deseo de todo corazón la reedición de Chat y por favor, la novela de las Meninas!!!!
De curioso quizás te haga esta pregunta, puedes no contestármela, lo entenderé, pero teniendo el talento que tienes y el NOMBRE que llevas con todo lo que eso significa y lo interesante que resultan tus creaciones, ¿como puede ser que las editoras no te llamen desesperadamente para proponerte publicar novelas o simplemente ensayos o incluso los libretos de los musicales que son magníficos? No lo entiendo!!. Y te juro que cuando entro a la libreria (casi siempre voy a la misma) a comprarme un libro, inevitablemente voy a tu novela, la tomo y la hojeo como si nunca la hubiese visto!!!... y fantaseo con algún día llegar y al lado de chat, ver la que antes se llamaba Alli donde caen las hojas que ahora se convirtió en la de las meninas!!... se podrá algún día cumplir mi deseo, Pepe??