Capítulo 2
Cada día, cada momento en que podía escaparse de sus actividades en la empresa o luego de que todos se hubiesen marchado, Franco iba a su oficina, encendía la computadora, abría su programa de chat y entraba en los rooms más eróticos. “Supersexo”, “Gaymundo”, “Sexogrupal”, y tantos más. Cientos de posibilidades. En ellos era quien deseaba ser. Un joven rugbier de veintidós años o una bella, insatisfecha y sedienta mujer casada de treinta y cinco o una virgen ingenua buscando experiencias o un señor casado que deseaba que alguien lo desvirgase. Siempre con seudónimos y nombres inventados. “Celina”, “Casado34”, “Machoboy”. Dependía del room que eligiera. En los de homosexuales acostumbraba a tener veintitrés años. Allí gustaban los jóvenes, ya que si alguna vez decía tener mucha más edad que ésa, generalmente dejaban de chatear con él. Ya no recordaba cuántos nombres había usado. Eso sí, cada vez uno distinto. Nadie podría saber quién era él. No había forma. No dejaba rastros. Todo era falso. Menos sus deseos. Allí, en este mundo cibernético él sí podía conquistar y ser deseado. Por eso abrió los ojos y conectó la máquina. En ese momento entró Mónica a la oficina.
--¿Todavía acá? -- le dijo sorprendida al ver la computadora encendida.
--¿Y usted? --le contestó Franco levantándose.
--Estaba aturdida de tanto ruido y tensión, fui a mi oficina a descansar un rato y me quedé dormida. ¿No es gracioso? Volví al salón y ya no había nadie, así que decidí irme. Al llegar a planta baja me di cuenta de que me había olvidado el celular y volví a buscarlo. Vi luz en su oficina y entré. Discúlpeme.
--Por favor. ¿Le gustó la fiesta?
--Digna de usted. Estoy tan cansada. ¿Lo acerco a algún lado?
--Gracias, pero me quedo un rato más-- dijo él.
--¿Para qué?—se sorprendió Mónica.
--Me falta terminar dos cosas y prefiero quedarme ahora.
--Usted es más obsesivo que yo. Vaya a su casa que ya hizo mucho esta noche.
--Gracias, Mónica, pero prefiero terminar-- insistió Franco.
--Le aviso al de seguridad que usted se queda. Y feliz Año Nuevo, Franco. Que sea muy feliz para todos-- agregó.
--Para todos-- le tomó a ella la mano, se agachó y se besó la propia--. Me enseñaron que a las mujeres hay que besarles así la mano. Para no mojar, supongo. Así no le da asco. ¿No?
Mónica le dio un beso en la mejilla.
–-Usted es todo un caballero, amigo-- le dijo. Tomó su cartera y se marchó.
La inmensa puerta cromada del ascensor se cerró y el sonido retumbó en los pasillos vacíos de la empresa. Sólo las luces de seguridad iluminaban los hasta hace un momento repletos espacios de AAyD Publicidad. Afuera la gente se dirigía apresuradamente a sus casas, a prepararse para la noche siguiente. La noche del festejo. Adentro los guardias recorrían las instalaciones.
Ahora el inmenso edificio de treinta y un pisos, abandonado por su enjambre de habitantes, semejaba una gran pirámide vacía, y dentro de ese templo, erigido a la nada, se encontraba Franco; inmerso en su juego predilecto: el de la seducción cibernética. Sólo se escuchaba el lejano ulular de sirenas, las bocinas apresuradas de los autos y, mezclado con éstos, el permanente y penetrante sonido del teclado de su computadora.
Allí estaba, reinando en las penumbras de sus deseos. Insistente. Veloz. Provocativo. Como un felino que no permitía dejar escapar a una sola de sus víctimas. Y eso es lo que eran los otros: víctimas. Implacable, descargaba su libido y su imaginación en aquellos que caían en sus redes de fantasía. Era el momento de empezar este juego. El otro, el de la ficción realista, había terminado.
--Eso que hacés con la computadora es peligroso --- le había advertido Clo en varias oportunidades --. Es mejor coger en vivo, te lo digo yo. Es más seguro - y agregó riendo -: Y más divertido.
--Porque vos nunca lo probaste-- le contestó Franco mirándose en el espejo del camarín del boliche de Clo–. No es peligroso. No te contagiás de nada.
--Si un día te agarran haciéndote esas pajas en la computadora de tu oficina te rajan del laburo-- le dijo Clo.
--No, señora. Lo hago cuando estoy solo. Cuando no me ven, o cuando no están. No soy tonto. ¿No entendés que esto del chat es como una conversación telefónica? Con la diferencia de que nadie sabe quién sos, ni donde vivís, ni cómo sos. No te pueden descubrir a menos que dejes pistas o datos, y yo no dejo nada. No soy tonto. Allí soy quien yo elija ser. ¿Entendés?-- volvió a repetirle a Clo mientras se delineaba el ojo derecho para el show de aquella noche.
Nené, su amigo transformista, le aconsejaba lo mismo que Clo.
--Me asusta eso que haces. Si alguno de los tipos con que chateás te descubre vaya a saber qué te puede hacer. Ya sabés cómo son los heterosexuales-- le dijo Nené–-. Además, si vos decís que sos Lucía, también el otro puede decir que es Felipe y ser una mujer.
--Sos mufa-- le contestó Franco tocándose no sólo los huevos sino todo el cuerpo.
Nené y Clo le pedían que se cuidara y él no podía hacerles entender que en ese juego él era el ser más feliz del universo. Y que no había peligro. ¿En qué otro lugar podía ser quien soñaba ser? Sólo allí. Por eso esta noche había entrado en el room “Sexlatino”: Sangre caliente.
--No entiendo nada de eso del room ni de las porongas del chat. Y no me quieras explicar. Vos traéme carne fresca--le advertía Clo cada vez que él trataba de convencerla de que algún día, cuando él tuviera su propia computadora, jugarían juntos.
--¡Ay!-- exclamaba Franco –. Es tan fácil. Vos entrás en un programa donde hay varios lugares. Es como ir al cine. Te dan las listas de estos lugares. Elegís uno. Entrás. Te piden que pongas un nombre o seudónimo y te piden datos que vos llenás con cosas inventadas. Y una vez hecho esto entrás en el room y a vivir tu vida.
--Es muy complicado-- repuso Clo.
--Vos esperá que yo consiga algún día tener mi propia computadora y no me para nadie—insistía Franco -–. En la oficina, lógicamente, juego poco. No me puedo quedar diez horas después de que se va todo el mundo sin que sospechen algo. Pero cuando tenga la mía te juro que no duermo más.
Él sabía que ese día llegaría pronto. No podía ser de otra manera. Pero no esta noche. Esta noche Franco estaba aquí, en su oficina, jugando.
La pantalla mostraba el espacio público del room “SexLatino” en donde a la derecha, alineados en orden, se leían los nombres o seudónimos de los participantes. Algunos eran conocidos: “Putona”, “Vergadura”, “Chicaliente”, “Casanova”, “Ale 27” (¿sería ésa su edad?), y así más de treinta “nicks” completaban la lista de miembros. Franco había decidido entrar como mujer ya que éste, se suponía, era un room heterosexual. Esta noche había elegido el nick de Luisa. Por Luisa Kuliok, la protagonista de las telenovelas argentinas. Siempre había soñado con ser la protagonista de una telenovela, como ella.
--Hola. ¿Qué tal? Llegó Luisa. ¿Todos ocupados?-- escribió en la pantalla y al instante de dar “enter” leyó su texto impreso en ella.
A Franco no le gustaba esa charla en la pantalla pública junto a la de otros. Era una pérdida de tiempo. Él no buscaba amigos, buscaba amantes. Y los amantes no eran públicos. Franco esperaba un mensaje privado de algún hombre, preferentemente argentino. Como si por ello la relación fuera más real que si fuese mexicano o venezolano. Y si era de Buenos Aires mejor aún. Esto lo excitaba sobremanera. Saberlo tan cerca. Saberlo caliente a su disposición y a pocas cuadras de donde Franco manejaba el juego. Sentía que conocía sus olores, el sabor de su piel, el barrio donde vivía. El otro estaría sintiendo la misma temperatura que él y el reloj de ambos marcaría la misma hora. Sólo bastaría con que él fuese mujer para correr hasta su cuarto y ser poseída sin límite alguno. Si lo fuese.
En ese instante llegó un privado de “Poronga”. Ese seudónimo sí era divertido. Muy gráfico. Franco aceptó el pedido y se abrió la pantalla del privado de su admirador.
--¿Hombre o mujer? –-escribió el otro.
La pregunta obvia. ¿ Qué le iba a contestar? Hasta resultaba ingenuo. Escribiría mujer. Y el otro le creería como él le creería al otro que era hombre.
--Qué suerte, mamita. ¿Qué hace solita a esta hora de la noche?-- le contestó Poronga.
--Lo mismo que vos.
--¿Querés tener una buena camita?-- le respondió su admirador.
--Me encantaría. Pero fuerte y brutal. ¿De dónde sos?
--Mi amor. Yo soy de Buenos Aires-- escribió Poronga--. Cómo te chuparía toda. ¿Qué edad, mamita?
Los términos eran vulgares pero Franco no pretendía que esto fuese un encuentro romántico intelectual.
--¿Tan rápido?-- le contestó. A él le gustaba tomarse su tiempo. --¿Vos?
--Diecinueve recién cumplidos-- dijo Poronga.
Lo había imaginado de cuarenta. Pero no estaba mal, sólo que los jovencitos tenían poca experiencia y eran menos creativos a la hora de jugar con palabras e imágenes.
--Mmmmm-- y poniendo el signo de sonrisa le escribió-- :) Jovencito.
--Pero con una de veintitrés centímetros-- contestó el “jovencito”.
--Eso me gusta. ¿Cómo estás vestido?-- preguntó Franco yendo al grano.
--Con un boxer y una remera. ¿Vos?
--Con una pollera corta y una camisa ajustada.
--Me encantaría sacártela despacito y chuparte las tetas.
Comenzando a excitarse Franco le preguntó:
--¿Estás solo?
--Y caliente. Estoy al palo, mamá.¿No querés que te llame y nos hacemos una paja por teléfono?
¿Para qué? ¿Para qué le pedían los hombres algo a lo que él no podía acceder a pesar de sus deseos? Una vez, sólo una vez aceptó esa propuesta. Y dudó mucho antes de hacerlo. Hasta le aclaró que estaba ronco, que tenía gripe. Que su voz sonaría rara. Todo para tratar de ocultar su voz masculina. Finalmente el otro le dio su número de teléfono y la tentación pudo más que el miedo. Franco llamó. Su galán atendió y Franco escuchó una voz viril que le susurraba palabras mágicas haciéndolo vibrar. Se entusiasmó y le respondió.
Al escuchar el otro su voz, Franco recibió como respuesta:
--Vos sos puto.
Y Franco colgó. Tuvo miedo. Apagó la máquina y se fue corriendo. Pensó que el otro aparecería por la puerta de la oficina y le pegaría. Recién en la calle tomó conciencia de lo imposible y absurdo de esto. Juró nunca más intentarlo. Tenía que aceptar que tenía voz de puto, no de mujer. Mejor dejarlo así. En la fantasía de una computadora.
--No puedo darte mi teléfono. Estoy casada-- contestó lo que siempre contestaba en estos casos, lamentando no estarlo realmente.
En ese momento sonó el teléfono y Franco se sobresaltó. Se quedó observándolo unos segundos, hasta que atendió.
--¿Sabés qué hora es, maricón?-- la voz de su madre sonaba más agresiva que de costumbre. Seguro que habría tomado más vino que lo habitual.
--Sí, mamá-- respondió Franco. Detrás se escuchaba el estridente sonido del televisor de su casa. Puso la mano encima del texto escrito en la pantalla, por vergüenza. Como si ella lo pudiese ver. Seguro que sí. Era bruja la vieja.
--Entonces dejáte de joder y vení para casa. Tengo hambre y no hay nada en la heladera-- le dijo Lorna.
--Ya voy, mi reina. Su nene ya sale. Compra unas cosas y se las lleva. Pero antes tengo que pasar por lo de Clo a dejar algo y voy corriendo-- contestó Franco.
--Ya estás otra vez con tu puterío. No jodas más con esos reventados y vení a casa-- le ordenó su madre.
--Ya voy. Ya va corriendo su príncipe azul-- dijo Franco mientras apagaba la computadora dejando a su enamorado con el deseo “interruptus”. El pobre encontraría a otra. No tan hábil como él, seguro. Eso sí, anotó su nick para otra oportunidad. De cualquier manera no era un nick tan fácil de olvidar. Él entraría en el chat con otro nombre, lo buscaría y volvería a seducirlo. Después de todo no todos los días se encontraba a un hombre tan bien dotado. Aunque allí casi todos lo estaban. Y él se lo creía. También ellos.
Se levantó, agarró su bolso, metió los rollos de fotos de la fiesta que debía llevar a revelar. Apagó las luces. Salió de su oficina y se dirigió a los ascensores.
Allí estaban los ocho con sus inmensas puertas metálicas. Fríos y aterradores como puertas de depósitos de una morgue. Siempre le sucedía cuando estaba esperando; le sobrevenía el temor de que al abrirse alguno se encontraría con cadáveres de oficinistas dentro. Era la misma sensación que tenía al mirar el mar de noche.
--¿Qué hay debajo del agua? –-le había preguntado a su madre a los diez años, cuando caminaban por la rambla de Mar del Plata, en una noche de verano.
-- Muertos. Hay muertos-- le contestó Lorna dejándolo allí, solo, para ir a charlar con un tipo que la miraba y le hacía señas desde una mesa de un bar para que se sentase con él.
Franco se había quedado un rato largo esperando. Esperando que su madre lo llamase o volviese a buscarlo. No lo hizo. Se había sentado con ese hombre y el mozo les llevó una cerveza. Entonces Franco había caminado por el muelle hasta la baranda. Se apoyó y se quedó mirando un rato el mar. Tan negro. Debía ser cierto. Allí abajo sólo podía haber muertos.
--¿Te perdiste?-- le preguntó un señor mayor, gordo y muy alto con la cara roja de tanto sol y una inmensa nariz con pelos que salían de sus fosas nasales.
--Mi mamá está por allí-- le contestó Franco mirando cómo el tipo se acariciaba la bragueta.
--¿Querés que te muestre unos caracoles? Si te gustan te regalo algunos.
Franco siempre había soñado con tener caracoles.
--¿Grandes?-- preguntó entusiasmado.
--Muy grandes. Ya vas a ver-- le había respondido el otro mientras le acariciaba la mejilla con una mano que olía a tabaco.
Su madre seguía charlando con aquel señor con sombrero. Seguro que si iba y la interrumpía ella se enojaría con él.
--¿Es cerca?
--¿Ves aquella caseta?-- le dijo el hombre de la cara roja indicándole una pequeña construcción de madera en la playa--Andá para allá que ahora yo te sigo. Voy a buscar los caracoles.
Él fue. Solito. Y mientras iba pensaba en cómo serían los caracoles que le había prometido. Le había dicho grandes. ¿Como los de la tienda del bulevar? O más aún. Miró nuevamente por si su madre lo buscaba. No. Ella seguía charlando. Ya le contaría luego lo de los caracoles. Antes de entrar en la caseta miró el mar. Se alegró de estar afuera y vivo. Y entró. Después la policía se llevó al tipo. Y su madre que le gritaba:
--¡Te dejo un minuto y ya estás allí seduciendo machos! ¡Ya sabía yo que tenías que ser maricón!-- aullaba pegándole bofetadas enfrente de todos mientras él trataba de subirse sus pantalones cortos.
Y el mar.
Esa inmensidad. Esa soledad. A él le hubiese gustado estar allí. Adentro. En el fondo. Frío. Muerto. En silencio. Él estaba acostumbrado a esa sensación de silencio y oscuridad en donde podía y sabía ver mejor. Por eso iba a esos cines. Eran como el mar y la gente que los frecuentaba estaba muerta. Como él.
Mientras esperaba pensó en su madre y en Mónica. Llamó el ascensor y al abrirse las puertas entró rápido, tocó el botón que marcaba Planta Baja y salió del edificio. Cruzó la avenida Além apresuradamente hacia Corrientes. Apuró el paso pues se dio cuenta de que eran casi las diez de la noche y estaba por cerrar el negocio de fotografía donde acostumbraba a encargar sus fotos.
-- Aquí le dejo esto para revelar- dijo mientras sacaba tres rollos de su bolso. Se despidió y salió.
Intentar conseguir un taxi a esa hora resultaba imposible, así que prefirió ir a esa horrible rotisería a dos cuadras, en Corrientes, y desde allí caminar hasta el boliche de Clo que quedaba en Córdoba y Carlos Pellegrini.
--Chau, papito-- le gritó un taxista.
Eso sí le gustaba. Era un piropo. Ahora debía comprar comida para su madre. Algo simple. Empanadas y un pollo asado. No tenía ganas de cocinar. Había sido un día agotador y mañana tenía que preparar algo especial para el festejo de fin de año. Serían ellos dos solos. Como siempre. Ellos eran la familia. Lorna y él; su madre y él. Esperaba que esta vez ella decidiera arreglarse un poco. Él se lo había pedido.
--Dejáte de joder y andá a laburar que yo tengo muchas cosas serias en qué pensar y vos a tus treinta y un pirulos deberías también pensar en cosas más importantes que en esta huevada del festejo. Todo inventado por los comerciantes y los curas-- le había contestado su madre– . Y corréte a un lado que me tapás el televisor.
--Es que me ilusiona. Cada año decís que las fiestas te deprimen y que traen mufa. Te encerrás en tu cuarto y yo las paso solo--respondió Franco.
--Andá haciéndote a la idea de que el día que yo me muera las vas a pasar más solo todavía. La vida es una cagada, Franco. Y las fiestas son lo peor. Todos jodiendo y disfrutando y yo acá, sola como una rata.
--Me tenés a mi.
--Por eso dije:”sola como una rata”.
Y sin querer escuchar Franco sacó un paquete de una inmensa bolsa de plástico.
--Mirá, mi reina. Te compré un vestido en Medigrand lindísimo. Con encajes y todo.
Lo puso sobre la mesa y se acercó a darle un beso.
--Salí de acá, maricón-- le dijo ella apartándose de él sin ni siquiera mirar el regalo --. ¿Vos pensás que yo soy una gorda de mierda a la que tenés que comprarle ropa en ese lugar para deformes discapacitadas? Devolvélo --. Y fue hacia el baño exhalando varios pedos en el camino.
Franco agarró el paquete, lo llevó hasta el cuarto de su madre y lo dejó sobre la cama, sin tender desde hacía tres días.
Con la plata del aguinaldo le había comprado un vestido de hilo color marfil con encajes en el cuello y en las mangas y le había sacado turno en la peluquería de la esquina de su casa para que le tiñeran el pelo y le hicieran las manos. Lorna se pondría el vestido. Iría a la peluquería y él prepararía una cena especial para los dos. ¿No era ella su reina y él su príncipe? Le sacaría muchas fotos. Brindarían y a lo mejor, si ella no terminaba borracha, saldrían a dar un paseo por la avenida Santa Fe.
--¿Qué más?- le preguntó un vendedor con un sucio delantal lleno de grasa y uñas color ámbar mientras le entregaba el paquete con las empanadas y el pollo.
--Nada más, gracias-- le contestó Franco.
Tomó un taxi hasta el boliche de Clo. Luego de la caída de la dictadura, hacía diecisiete años, había sido uno de los primeros lugares gay que se abrió en Buenos Aires. Al año siguiente de su inauguración había pasado de moda.
Nadie cuidaba la puerta del boliche. Al entrar lo invadió ese fuerte olor a cigarrillo, alcohol, humedad y encierro. Una luz amarillenta y mortecina de un sucio spot de plástico iluminaba un hall de entrada pintado de negro con un gastado espejo dorado. En él se reflejaban tres posters de los años cuarenta anunciando películas de Zully Moreno. A un costado, un escritorio servía como boletería y el guardarropa se usaba como depósito de bebidas. Una desteñida cortina de terciopelo marrón separaba el hall del salón.
Al correrla, Franco vio a Yanina, un patético travesti de más de cincuenta años, portador de una suerte de armadura de colágeno. Junto a éste, otros cinco transformistas, sin maquillaje y con barbas incipientes, estaban ensayando la coreografía de un número del show. Todos vestidos con ajustadas calzas de lycra que exhibían sus abultados rollos y tacos altos.
--¡Llegaste, diosa! –- le gritó Yanina al verlo entrar y todos lo aplaudieron–-.Y con paquetes de regalo. ¿Es por fin de año?
--No son regalos. Es pollo-- le contestó riendo Franco y fue hasta el escenario para darle a Yanina un sonoro beso en su no afeitada mejilla.
--Te quedó fantástica la operación de las lolas—le dijo Franco complaciente.
Yanina se levantó la remera exhibiéndolas. Gordas. Como dos cerdos de color rosado. Resaltaban dos pezones rojos.
--¿Lindas, no? A mi novio le encantan así.
-- A tu novio le gusta tu barba. Y ésa no se opera – acotó Sabrina, otro transformista, agregando--: Franco, ¿hoy trabajás con nosotras?
--Tengo que ir a casa. Le prometí a mamá que iba. ¿La viste a Clo?
-- Está en su oficina-- le respondió Yanina--. Y te dejo porque no llego con mi número.
Franco cruzó el salón. Al lado de la barra de había una puerta que daba al pasillo de los tres destartalados camarines. La abrió. El camarín del medio era el que Franco siempre usaba. En la puerta había una foto suya que estaba rodeada por estrellas de papel dorado. Al fondo, otra puerta daba a la oficina de Clo. Franco golpeó antes de entrar.
--Estoy laburando-- gritó Clo.
--Soy yo. Franco.
--Pasá-- respondió ella en el mismo tono de voz.
Franco abrió y cerró suavemente la puerta. Clo estaba tendida en un sofá con las luces apagadas. Una vela titilaba en su escritorio.
--No quiero que me jodan. Me duele la cabeza. Debe ser la menstruación. ¿Qué hacés por acá?-- dijo Clo sin abrir los ojos.
Franco dejó los paquetes en el escritorio y sin hacer ruido fue hacia ella para darle un beso. Se detuvo al ver el desorden. Algo había en este espacio que le recordaba a su casa. Era un cuarto de tres por cuatro sin ventanas, pintado de bermellón, con un acondicionador de aire y una mesa cubierta con un mantón de terciopelo azul. Una lámpara imitación art decó iluminaba tenuemente el espacio.
--Mirá todos estos puchos. Es un asco –- y arremangándose la camisa Franco comenzó a ordenar un poco.
--Dejáte de joder.
Esa fue la respuesta de Clo a su gentileza.
--¿No me preguntás cómo me fue a mí en mi fiesta? – le preguntó Franco sin parar de ordenar.
--¿Cómo te fue?
--De locura. Me aplaudieron y me dijeron que era genial--dijo Franco vaciando tres ceniceros con puchos en un cesto de papeles-–. Los chicos se portaron muy bien. Pero no los van a contratar.
Clo vio que su fantasía de abrir una empresa respetable se iba volando como en los dibujos animados.
-- Estoy harta, Franquito. No doy más.
--Vos tenés que hacerme caso a mí-- le respondió Franco yendo hacia ella y arrodillándose para masajear su cabeza--. Vos necesitás mimos.
--Pero de un macho.
--Eso lo necesitamos todos. Y no lo vamos a encontrar acá.
--¿Y sí lo vamos a encontrar en esa paja tuya de la computadora?-- le contestó Clo encendiendo un cigarrillo.
--Si me vas a agredir, me voy-- dijo Franco.--Disculpáme. Estoy nerviosa, hay problemas con la guita. ¿Te quedás esta noche?
--Vine a darte un beso y a desearte feliz año nuevo. Me voy con mamá.
-- Invitála a que venga un día-- dijo Clo--. Me encantaría conocer a tu vieja. Mirá que somos amigos y nunca ni me la presentaste ni me invitaste a tu casa.
--Es que casa es una suerte de santuario. Mamá se vuelve loca si alguien fuma o le deja algo tirado. Es obsesiva con el orden. Pero un día de éstos te voy a invitar a tomar el té con masitas que ella misma cocina. Es especialista en repostería. A papá le encantaban las tortas caseras. No de confitería. Por eso yo engordé desde chiquito. Por las tortas de mamá-- agregó Franco por las dudas.
-- Nunca pensé que tu vieja era tortillera-- dijo Clo riéndose--. Insisto en que la traigas una noche en que actués.
--No creo que ella quiera. Mamá es una mujer muy formal y muy casera. Es una señora criada a la antigua; una mujer patricia. Muy religiosa. Por eso no puedo venir mañana porque mamá es muy navideña y cumple con los ritos católicos–-le respondió Franco--. Le gustan las fiestas.
--¡Ah! Tu vieja es fiestera-- agregó Clo con una carcajada.
Franco rió con ella.
--Si mamá te escucha, te mata. Me voy, Clo. Dale un beso a Nené. Decíle que lo esperé y que me llame luego.
Se abrazaron y Franco salió de la oficina.
Clo se quedó pensando en cómo serían las mujeres patricias. No conocía ninguna. Conocía mujeres fáciles, lesbianas, adictas. ¿Pero patricias? ¿O sería su nombre? Patricia. Trataría de recordarlo por las dudas se encontraran algún día. Y volvió a tenderse en el sofá después de darse un pase de cocaína que la ayudaría a curar ese dolor de cabeza que la estaba torturando. No delante de Franco. Franco se asustaba con esas cosas.
Apenas salió de la oficina, Franco se encontró con Nené que corría por el pasillo desesperado.
--¡Reina! Qué suerte que te veo. Disculpáme que te salude así nomás. Es que estoy llegando tarde al ensayo-- le gritó Nené y entró apresuradamente a su camarín vestido con un pantalón de jersey ajustado color verde loro y una remera suelta haciendo juego. Acompañaba este atuendo un inmenso sombrero de paja, zapatos transparentes con plataforma y anteojos negros metalizados.
--Quería desearte feliz Año Nuevo. Mañana no puedo venir-- le dijo Franco.
--Te voy a extrañar, guacha--continuó Nené metiéndose en un jardinero de terciopelo naranja-–. Con esto estoy cómoda para ensayar. Vamos al escenario porque si no Yanina me mata-- agregó y salió del camarín tratando de ponerse unas zapatillas negras de danza--. No puedo ensayar con tacos. Me matan los juanetes. Quedáte un rato.
Corrieron los dos hacia el tablado. Nené subió, ante los gritos e insultos de Yanina.
Franco se quedó abajo. Este también era su mundo. A pesar de las envidias y los celos acá todos eran iguales. Todos eran eso. Estaban gastados como la alfombra, pero brillaban de noche. Salió a la calle y tomó un taxi.
-- Vamos a San José y Carlos Calvo.
Llegó y bajó sin esperar el vuelto. Entró en su destartalado edificio y tomó el ascensor. ¡Cuántos ascensores había en su vida! Pero éste era diferente. Pequeño y sucio como su casa. A Franco no le gustaba el barrio. Montserrat o San Telmo. Daba igual. Los dos eran una mierda. Muy históricos, pero con tanto edificio tomado por gente rara, caminar de noche por allí daba miedo. Ya se mudaría algún día. Solo.
Al entrar percibió el mismo olor de siempre. Agrio. Tenía que prender un sahumerio rápido y abrir todo en cuanto ella se fuese a su cuarto.
--No abrás las ventanas que entran murciélagos-- le decía Lorna.
Franco, con tal de no discutir, las dejaba cerradas. Ya las abriría en su casa.
--¿Está la reina?-- preguntó dejando los paquetes en la cocina en donde se apilaban los platos usados. Los lavaría, calentaría las empanadas y el pollo. Luego se pondrían a charlar sobre lo que Lorna había visto en la televisión, si es que ella aún estaba lúcida y despierta.
Al entrar en el living solo vio el televisor encendido. Entró al dormitorio de ella y allí estaba; dormida en la cama con su batón, un cigarrillo mal apagado en la mano y un vaso de vino volcado en el piso.
--Un día nos vamos a morir quemados-- le repetía Franco sin resultado alguno.
Ella volvía a hacerlo y cada vez él le sacaba la colilla, levantaba el vaso, le quitaba los zoquetes y la tapaba con las sábanas. Lorna ni se enteraba. Franco dejó la puerta entornada y volvió a la cocina. Limpió los platos y se peló una naranja. No tenía hambre. Fue a su cuarto y se quitó la ropa. Se dio una ducha bien caliente, se llenó la cara con crema antiarrugas y el cuerpo con crema humectante. Sacó un pijama de seda china y sintió placer al ponérselo, abrió las persianas y dejó que entrara una suave brisa. luego apagó las luces y se acostó. Cerró los ojos tratando de no pensar en nada. Había sido un día muy largo. Mañana sería fin de año. Mañana sería otro día.
viernes, 26 de diciembre de 2008
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10 comentarios:
Pepe te extraño. Pero no me atrevo a volver a tus clases. Late muy fuerte mi corazon cuando pienso en eso... Tanto cuesta hacer caso a un profundo deseo? Son malas las pasiones Pepe?!
Me siento tan ajeno.
Solo quiero pertenecer, ser parte de... eso para mi es el exito.
Me voy a dormir.
Que tenga un lindo dia mañana.
Gonza.
oh my got!! como recien entro en esto del blog. todavia no me puse al dia con la historia!!!,,, recien me lei la primera parte y cuando tenga un poco de mas de tiempo libre me leo lo demas... pepe!!!; mi qerido pepe, espero qe la estes pasando bien en estos dias de fiestas y que tus lindos perros no se esten asustando con todos estos fuegos artificiales.
Bueno pepe,, hoy te vi en el diario de clarin,, muy linda nota, y hermosa la foto de los tres.
Estoy pensando en donde poner esa foto y como jjajaja, y bueno, se los quiere.
Pepe! ya tengo mi entradita en la mano desde el primer dia qe salieron el 17 i no veo la hora de qe llegue el 9!!!!
bueno, no te tomo mas tiempo pp. espero qe estes bien, gracias por leer lo qe escribimos.
te qierooooooooooooooooooooooo!!!
barby
¡Hola Pepe!
¿Cómo estás?
Es un gran placer poder leer estas líneas. Los que amamos el teatro, y sobretodo la magia del musical, estamos continuamente buscando contacto con este arte. Y la transmisión de tus sentimientos en este blog nos permite disfrutar del mismo.
Quiero hacerte dos pedidos, si está a tu alcance responder a los mismos.
En primer lugar querría saber dónde puedo comprar los DVD de los musicales, si es que están editados.
Y luego me gustaría poder acceder a las pistas de los valses que están en tus obras. Un "compilado" de los mismos quiero regalarle a una amiga fanática de tus musicales que se casa en mayo.
Perdón que utilice este medio, pero es el más directo que encontré para comunicarme contigo.
Espero tus indicaciones para poder acceder a ese material.
¡Desde ya muchas gracias! Y adelante con este gran regalo que nos das a cada uno de los que disfrutamos de tus creaciones.
Un gran abrazo.
Mariano
mrubiolo@gmail.com
HOLA MI FARAON, GRACIAS POR LA INVITACION, Y AQUI ESTOY .UNA VEZ MAS COMPARTIENDO CON TIGO Y CON MUCHOS CIBERARTISTAS LA MAGIA DEL ARTE, DE TU ARTE, DE NUESTRO ARTE TALENTO QUE NOS RECORRE Y ENVUELVE COMO SUAVE BRISA O FUGAZ LLOVIZNA. SERA UNA EXPERIENCIA ENCANTADORA EN LA CUAL DESARROLLAREMOS NUESTROS SENTIDOS MEDIANTE EL MONITOR... HE LEIDO TODAS LAS NOTAS DEL BLOG, Y UNA VEZ MAS ME HE ENCONTRADO CONTIGO Y ME HE REFLEJADO EN TI ,COMO AUTOR, PERSONA, DIRECTOR Y AMIGO, ESTAMOS EN CONTACTO, BESOSSSSS. SÒFIS !
Muy buena iniciativa la del blog!
Lei la nota de Clarín y me sentí identificado cuando hablaste del interior y los musicales... te dejo mis blogs para que veas que acá (en Córdoba) sí podemos hacerlo!!(fijate en uno donde vas a ver cómo se quemó el querido Teatro Comedia (al que tantas veces viniste con tus obras) justo cuando yo iba a estrenar...
Aguante Otelo, pues!
H.-
www.eldiariodemuchoruido.blogspot.com
www.eldiariodecumbres.blogspot.com
¿Cómo intentar explicar en pocas palabras, para no sonar tan redundante, la extrema felicidad, o euforia, que me provoca escuchar cada letra, cada melodía, de los distintos musicales que he viso y llevan la firma CIBRIAN-MAHLER?
No lo sé, sería demasiado cursi, y mucho no me van las cursilerías. Me provocan vergüenza.
Teniendo en cuenta que tu Drácula me salvó la vida, literalmente, a mis cortos 14 años, solo tengo una palabra para decirte.
¡¡GRACIAS!!
Y disculpas, gran maestro, por haberte robado cinco minutos de tu tiempo.
Pepito:Ojala que el 2009 sea uno de los mejores años e inolvidable (en el buen sentido)
Anoche escuche en la radio la publicidad de Otelo , pegue un grito y es hasta hoy que sigo con las misma sonrisa ,de oreja a oreja.
Gracias a vos , que nos brindas tu arte junto a Angel, muchos descubrimos nuestra vocacion ,nuestra pasion.
Como dice la cancion ,no? :
MAGO ,GRANDIOSO ,AMIGO ,LO QUE SOY ES POR VOS...
Te quiero
un besote
Pepe!!
Que tremenda alegrìa encontrar este blog; cuàntos recuerdos hermosos de cada una de tus obras, de mis amigos en los elencos, de la magia hecha realidad desde una butaca en el globo, de las sensaciones màs viscerales que jamàs sentì.
Y en encontrar un trocito de CHAT...ese libro que fuè mi tesoro màs preciado cuàndo vivìa lejos del paìs; sus personajes tan perversos y a la vez llenos de una dulzura eterna...
A veces la vida nos separa de ciertas cosas y como todos vamos cambiando; pero no puedo evitar llorar al escuchar alguna canciòn de tus musicales...revivir mis momentos màs felices...volver a ser yo otra vez!!
Recuerdo escribirte para tus cumpleaños esperando tu respuesta, respuesta que siempre llegaba el dìa despùes y asì me dabas el mejor regalo de cumpleaños que podìa tener.
Sòlo tengo palabras de agradecimiento eterno y admiraciòn por tanta magia, por tanta fantasìa y por que gracias a vos tambièn conocì a un amigo tan querido como lo es Manuel.
CHAPEAUX !!!!
Un abrazo inmenso!
Loli.
HOLA MI ÁNGEL!!!
desde mi humilde lugar de ex-alumna, y si Dios quiere nuevamente alumna tuya, te deseo todo el ÉXITO que realmente te merecés, solcito!!!
Mi buen Maestro, amigo, consejero, y tantas otras cosas más, te extraño HORRORES!!! Una y otra vez te repito que me hacen mucha falta tus palabras querido Pepe... Sos un eslabón más que importante en mi vida!
TE AMO, TE EXTRAÑO Y DESEO, FERVIENTEMENTE, VOLVER A VERTE, MAESTRO MÍO DEL ALMA!!!
Te mando un mundo lleno de besos inmensos para vos y ya me has demostrado, gratamente, que no te has olvidado de mí. Gracias!
SOS UN GRAN SER HUMANO, PEPE!!!
TE AMO CON TODA MI ALMA!!!
UNA VIDA LLENA DE ÉXITOS, AMOR Y TODO LO QUE TE PROPONGAS, ES LO QUE REALMENTE TE MERECÉS, MAESTRO!
Elena Riquelo.-
Hola Pepe!! mi vida cómo estás?
Te invito a pasar por mi blog http://elenariquelo.blogspot.com/
Te dejo un besote enorme y siempre sos bienvenido a mi mundo!!!
Te amo, hermooosoooo!!!
Elena Riquelo.
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